jueves, 17 de octubre de 2019

Sobre felicidad e infelicidad.


Aristóteles (384-322 a . C.).
Vivimos en un mundo con grandes dosis de infelicidad, es más, parece que es una cultura de la infelicidad y de la  culpabilidad permanente. El tema de la felicidad ha sido objeto de reflexión desde siempre. Ya el viejo Aritóteles en su afirmaba que la felicidad es el fin de toda vida humana. Si bien es cierto que todos coincidimos en afirmar que la meta última de la vida humana es la felicidad, no nos ponemos de acuerdo en saber qué es la felicidad. Hay personas que en principio parecen, al menos visto desde el exterior, sumamente felices con su trabajo y familia pero que realmente no lo son. Incluso, por desgracia, muchos de ellos acaban por suicidarse. De hecho, el suicidio es una de las principales causas de muerte para la población a nivel mundial.
La razón, ese instrumento tan venerado en el ser humano, puede resultar peligroso. Además, de ser una fuente insaciable de bienestar y disfrute, un uso incorrecto del mismo puede acarrear nefastas consecuencias. La razón siempre ha sido considerado como el aspecto definitorio del ser humano, aquello que nos hace distinguirnos del resto de seres vivos, nos permite ir más allá del mero instinto o de nuestra dimensión biológica. El ser humano, a diferencia del resto de seres vivos que podemos actuar contra nuestra dimensión natural e instintiva y anteponer una idea a nuestra naturaleza: por ejemplo podemos decidir suicidarnos o hacer una huelga de hambre. En cambio, un animal no puede suicidarse de modo voluntario y en el caso de que lo haga es porque viene determinado por su código genético. Nos permite autoconocernos, saber que somos una individualidad irreductible a todos los demás. Nos permite planificar nuestro futuro, tomar decisiones, asumir las consecuencias de nuestras acciones, en definitiva ser libres.
Pero, a cambio, nos puede aportar infelicidad, sufrimiento y dolor. Los animales aparentemente viven felices dentro de una docta ignorantia mientras que el ser humano a partir precisamente de esa capacidad deliberativa y de nuestra empatía podemos experimentar el dolor que sufriremos en el futuro o sufrir con el dolor que experimenta otra persona.
Palabras como angustia, depresión o ansiedad acaban por convertirse en términos comunes en la población actual. ¿Cómo percibe la realidad una persona con depresión? Hay quienes dirán que una persona que no haya sufrido de depresión nunca sabrá lo que se siente. Las ideas negras y negativas inundan tu cabeza de forma repetitiva. Intentas luchar contra ellas para que desaparezcan, intentas dominarlas de modo racional y no encuentras solución sino un enorme cansancio físico y que te impide realizar una vida normal. Cuando ya tienes dominado un pensamiento negativo pronto te surge otro igual o más destructivo. Deseas permanecer en tu cama eternamente y no tener que hacer nada más. Estás imposibilitado, incluso para realizar la tarea más sencilla, como ir a la cocina y tomar un vaso de agua. En esta situación lo que quieres es que se acabe todo. Te das cuenta que no disfrutas con  lo que antes te gustaba o te apasionaba y eso te genera sufrimiento. Odias el sufrimiento que generas en tu familia, o la compasión que generas en amigos y conocidos. No puedes levantarte de la cama, ni siquiera mover un brazo. Harías cualquier cosa por acabar esa situación.
¿Una persona con depresión quiere ser feliz? Ni mucho menos, sus proyectos no son tan ambiciosos sino lo que quiere básicamente es dejar de sufrir. Si has llegado alguna vez a la situación que he descrito has de saber que es el modo en que tu organismo te está previniendo sobre algo que estás haciendo mal y no lo sabes. Ante tal situación es necesario cambiar y desarrollar nuevas costumbres.
¿Cómo es posible que hayamos llegado a esta situación? ¿Por qué muchos de nosotros vivimos instalados en ese marco de tristeza y melancolía que nos inmoviliza de forma permanente y que nos impide ser felices?
Un aspecto esencial de la realidad y que no siempre entendemos es el cambio permanente. Ya el filósofo Heráclito advertía que lo que define la realidad era el cambio permanente y que él identificaba simbólicamente con el fuego. El fuego es el elemento que cambia todo aquello a lo que se encuentra sometido. No aceptar la realidad del cambio engendra en nosotros sufrimiento. Nos genera melancolía ciertos aspectos de la realidad que ya pasaron y que nunca más volverán: cuando eras alumno en tal colegio o instituto, los amigos del pasado que no volviste a ver. El inevitable paso del tiempo nos genera gran dolor necesariamente. Muchos pensamos que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero esa frase no siempre es verdad: cuando recordamos el desengaño amoroso que tuvimos años atrás lo hacemos a modo de nostalgia o melancolía pero se nos olvida cuanto sufrimos en ese momento. La memoria es un instrumento complejo pero poco fiable en general. Recordamos nuestra casa de infancia de un tamaño descomunal y al volver a verlo nos damos cuenta de su tamaño real. Al final nos damos cuenta que no recordamos todo sino aquello que fue realmente significativo para nosotros. Debemos adaptarnos siempre a las circunstancias cambiantes de la vida, es necesario prosperar y evolucionar. No podemos estancarnos en una forma de ser pasada que aunque nos fue bien en el pasado queda hoy día anquilosado. Debemos considerar que si hoy no nos encontramos bien mañana estaremos mejor y viceversa. La realidad sigue su curso de forma irremediable. Vamos envejeciendo y observamos como las personas que nos rodean o que nos quieren lo hacen al mismo ritmo. Vemos que aquello que hace diez o quince años nos preocupaba a día de hoy sólo nos genera risa. Si observamos la evolución psicológica de una persona en un período amplio de tiempo nos damos cuenta de cuán ha cambiado. Y nos genera un poco de tristeza al observar que nunca podremos contemplar otra vez la persona que fue. A medida que pasa el tiempo hay personas de nuestro círculo íntimo que van muriendo, otras personas que considerábamos amigos luego de das cuenta que ya no lo son de repente aparecen nuevas personas que vas incorporando en tu vida. Todo lo que tiene que ver con la vida ha de ser dinámico y cambiante, mientras que aquello que está quieto muere de forma irremediable.
Otro aspecto interesante es la tendencia permanente que tenemos de fijarnos siempre en los aspectos negativos de la vida. Vivimos en una cultura occidental con un fuerte carácter judeo-cristiano y que nos ha educado en un permanente sentimiento de culpa y del pecado. Hemos pensado que esta vida terrenal es un valle de lágrimas pero que luego viene el paraíso donde todo vuelve a tener sentido. En el pasaje bíblico de Adán y Eva ya se nos advertía sobre las negativas consecuencias que llevaría consigo el probar la manzana del árbol de la sabiduría. El filósofo Nietzsche en distintas obras dentro de su vastísima producción filosófica como El anticristo o La genealogía de la moral reflexiona sobre este aspecto de nuestra cultura y realiza una crítica demoledora. Él distingue entre dos tipos de morales antagónicos: moral de señores y moral de esclavos. El señor lo identifica con el fuerte, el aristocrático, el fuerte, aquél que actúa de acuerdo con su propio criterio y no de acuerdo con la opinión de los demás, es el que acepta la realidad del cambio y la afirma de modo íntegro. Es la alegre afirmación de aquello que nos toca vivir. No se trata de un enfoque pesimista sino todo lo contrario. El esclavo, por el contrario es aquél que no puede aceptar la realidad del cambio, huye de ella y la niega. Inventa otro mundo donde supuestamente todo es ideal y perfecto y llama malo las virtudes que definían al señor y bueno a las virtudes de debilidad, melancolía, resentimiento hacia la vida. En su obra Así habló Zaratustra Nietzsche acuña la noción de voluntad de poder para definir la realidad: la realidad no es un cosmos ordenado y racional sino que es un caos, un juego incesante de fuerzas y contrafuerzas en permanente enfrentamiento y donde jamás encuentran el perfecto equilibrio. Como la realidad es cambio y el ser humano forma parte de la realidad, entonces es necesario asumir de forma natural que constantemente estamos cambiando y adaptándonos a lo que nos toca vivir.
El mal parece que tiene más cabida que el bien en nuestra cultura. Los docentes suelen informar a los padres de los alumnos cuando éstos sacan malas notas o cuando su comportamiento en el aula es negativo. Pero es extraño que llamemos a los padres de aquellos alumnos que destaquen para felicitarlos. Los psicólogos y psiquiátricas suelen desarrollar un patrón de ser humano tomando como criterio fundamental la enfermedad mental, la neurosis y cosas semejantes pero no suelen ocuparse del individuo sano y feliz, de las actividades necesarias que debemos practicar para sentirnos autorrealizados.
Existe una falta de correspondencia entre lo que es el mundo y lo que pensamos que debería ser el mundo. A veces, se trata de una distancia insalvable y da igual lo que hagamos que esa distancia siempre se mantendrá. Todo ello, genera rabia, frustración y una grave sensación de fracaso. Pensamos que hemos hecho lo que teníamos que hacer y que no hemos recibido lo que creemos merecemos: un ascenso laboral, la superación de un examen de oposición… Pensamos que existe una especie de conflagración universal que actúa contra nosotros y que nos impide alcanzar la felicidad. Se nos enseña desde pequeños que lo importante en la vida es tener éxito. Solamente los triunfadores pueden ser reconocidos mediante premios y homenajes, mientras que los perdedores han de ser olvidados. Esto es algo muy común en la sociedad, por ejemplo en el deporte. Cuando un equipo gana una competición importante entonces todos los medios de comunicación lo alaba y todos los aficionados salen de sus casas para recibirlo. Por el contrario, en el caso de que un equipo pierda los medios de comunicación lo critican y los aficionados ya no lo espera en las calles o en los aeropuertos. Incluso, insultan a sus antiguos héroes. Y es curiosamente aquí en la derrota cuando el equipo necesita del apoyo de sus aficionados porque en la victoria todos se apuntan. ¿Acaso aquéllos que no salen triunfadores no tiene derecho a ser felices? Por supuesto que si.
Vivimos en una sociedad permanente instalada en el qué dirán, donde las personas hacen las cosas no porque realmente estén convencidas de ello sino para buscar la aprobación de los demás. Buscamos ser populares y aclamados por las masas y no nos damos cuenta que la opinión de los demás es siempre inestable y maleable. Muchos que fueron ampliamente reconocidos por todos ayer quizás hoy quedan olvidados en el ostracismo. Nos cuesta vivir con la desaprobación de los demás y cuando eso sucede nos encontramos irascibles y enfadados. No entendemos por qué tal persona no puso me gusta en tal foto del Instagram o del Twitter. Dicen que una persona que cuente con sólo el cincuenta por ciento de aprobación por parte de la gente que le conoce ya puede ser feliz. Yo pienso, que ni siquiera es necesario llegar a la mitad de las personas sino sólo a una persona que eres tú mismo. Si actúas siempre desde el convencimiento íntimo de lo que tienes que hacer entonces estarás en camino para encontrar tu lugar en el mundo y ser feliz. No debemos  olvidarlo: la persona más importante en este mundo es uno mismo. Si tú no te quieres a ti mismo, entonces estás incapacitado a querer a nadie. Podremos ser una persona incomprendida por los demás pero nunca incomprendido por uno mismo. ¡Cuántas personas hubieron en el pasado muy incomprendidas y cuyas ideas hoy en día nos alumbra! Queremos que los demás piensen como uno mismo y si eso no tiene lugar nos frustramos. No debes olvidar que no puedes controlar lo que los demás piensen sobre ti, eso es algo que siempre se nos escapará. Lo único que podemos aspirar es saber controlar el contenido de nuestro pensamiento y eso a partir de disciplina, esfuerzo y paciencia. Es el primer paso que tenemos para aspirar a ser felices. Nos encantaría que los otros nos alabasen antes de que nos censuren, es algo que entendemos perfectamente. Pero no podemos colocar eso como el fundamento de nuestra felicidad ni podemos exigir a nadie que piense o perciba la realidad del mismo modo que nosotros. Además, ¡qué mundo tan aburrido sería aquél en el que todos pensáramos igual y de un modo homogéneo!
En el fondo, el ser humano ha sobreestimado y sobrevalorado la vida en sí. Siempre hemos rehuido de la muerte. Los cementerios siempre han permanecido expulsado de las ciudades. ¿Por qué debemos eliminar de nuestro pensamiento la muerte cuando es precisamente la muerte lo que dota de sentido a la vida? Hay personas que odian el frío y el invierno y dicen que les gustaría vivir eternamente en la estación de la primavera o del verano. Pero, ¿cómo seremos capaces de apreciar la llegada de la primavera o del verano si previamente no hemos vivido el otoño y el invierno? El ser humano no es un ser eterno sino que por desgracia está condenado a la muerte antes o después. El filósofo Heidegger afirmaba que el ser humano es un ser-para-la-muerte pues solamente cuando asumimos nuestra finitud y contingencia nuestra existencia cobra su total sentido. La muerte es la posibilidad de la imposibilidad y asumir eso nos genera angustia pero también nos hace que vivamos de un modo más comprometido y consciente.
Olvidamos el diálogo interno que debemos tener con nuestro yo interior porque siempre estamos volcados hacia fuera. Debemos reunir momentos a lo largo del día que nos permita conciliarnos con nosotros mismos, que ese yo interior nos diga que estamos haciendo mal y qué podemos hacer al respecto. ¿Cómo podemos reunirnos con nosotros mismos? No se trata de una meditación profunda y trascendental sólo apto para unos pocos iniciados. Necesitamos unos minutos para desconectar la vorágine de la vida, un lugar tranquilo y a ser posible oscuro donde tus pensamientos se sucedan pero sin intentar controlarlos ni juzgarlos. Los pensamientos están en ti pero tú no eres tus pensamientos. Es más tus pensamientos sólo existen en ti y no fuera de ti. Además, podemos realizar actividades que nos gusten y nos motiven: leyendo un libro, haciendo deporte… Es un momento de paz y de sosiego donde nuestras ideas fluyen libremente y tenemos que dejarlas actuar y no modificarlas. A veces nos atormentamos constantemente sobre por qué nos ha pasado tal cosa. Nos damos cuenta que cuanto más nos esforcemos en eliminar esos pensamientos negativos para persisten y entramos en una especie de espiral de negatividad. Nos quitan la energía vital y nos agotamos físicamente sin incluso la necesidad de mover un músculo. Debemos dejar en paz esos pensamientos negativos porque del mismo modo que entraron se irán, o al menos con el paso del tiempo su nivel de afectación será menor.  ¡Es tan difícil ser feliz! Pero no hay que cesar nunca en nuestro empeño. Al final, sólo tenemos esta vida, ni más ni menos.