lunes, 21 de octubre de 2019

Sobre alimentación y salud.


La alimentación es un aspecto esencial para la salud humana y parece que no es un arte que dominemos especialmente. Aunque, afortunadamente, cada día que pasa la población toma conciencia sobre ello impulsado por campañas, por la televisión, la radio o las escuelas.
Ya supimos que el tabaco era negativo, pero al principio aunque nos lo dijeran pensábamos que esa historia no iba con nosotros. Los tipos duros del cine fumaban en la pantalla grande del cine como Humphrey Bogart. El fumar parecía que nos deba mayor resonancia y amplitud. Pero no sólo existe el fumador activo sino también el pasivo, es decir, aquél que en sentido propio no fuma pero que traga ese humo de tabaco proveniente del fumador activo. He estado en ocasiones en reuniones con amigos o familiares en algún recinto cerrado y he tenido que tragar ese dichoso humo, mientras que a la persona en cuestión le resultaba indiferente que mis pulmones se infectasen de nicotina. Hoy en día, afortunadamente la publicidad del tabaco en televisión o radio es inexistente, se ha eliminado su consumo en los lugares públicos. El gran actor Yul Brynner, un empedernido fumador a lo largo de su vida, poco antes de morir de cáncer realizó un estremecedor video con el que pretendía prevenir a las generaciones futuras.  Da igual que se haya dejado su consumo muchos años atrás porque ese mal se encuentra en nuestro organismo y puede presentar síntomas en cualquier momento. Afortunadamente la medicina ha avanzado mucho en los últimos tiempos y si se coge la enfermedad a tiempo puede ser curada, o al menos el paciente puede vivir con cierta calidad de vida.
Todos sabemos ahora que el aceite de palma (uno de los más baratos del mercado) es negativo para nuestro organismo. El aceite de palma ha sido un ingrediente muy habitual en muchos alimentos desde la bollería, galletas, cereales, chocolate o postres. Incluso esto se ha convertido en un agente publicitario pues es muy habitual encontrarnos en los envases de los productos que consumimos Sin aceite de palma.
También sabemos que los refrescos clásicos de cola, de naranja o de limón de toda la vida tienen una cantidad impresionante de azúcares y que su consumo debe moderarse e incluso eliminarse en muchos casos. Hoy en día, las grandes compañías de han adaptado a esta nueva situación poniendo en la etiqueta sin azúcar. Pero no sólo en el tema de los refrescos sino en general en cualquier tipo de alimento podemos leer sin azúcares añadidos.
Disponer de toda esta información supone un salto cualitativo tanto en salud como en años de vida. No es fácil, pero es necesario que vayamos adquiriendo un hábito y una disciplina en la alimentación. De este modo, nuestro cuerpo podrá consumir justamente aquello que necesita para que esté pleno de salud.
Durante la Dictadura franquista el hambre y la miseria eran desgraciadamente habituales de la sociedad española. Mis abuelos y mis padres que vivieron parte de esa época me describieron  esta fase de la historia española como un período de gran atraso, de negación de la libertad, de incultura y de hambre. Pero a medida que ese oscuro período llegaba a su fin y comenzaba la transición y la democracia la pobreza fue disminuyendo y las condiciones de vida mejoraron.
Todo ello acabó derivando en la aceleración de alimentos industrializados de todo tipo: desde bollería, pan o helados. Todo ello ha generado una alimentación de mucha peor calidad aunque más barata. Podemos observar que hoy en día comer mal es barato y comer bien, en general, caro. Pero eso sólo en términos económicos, porque en términos de salud de la población, en general, se ha salido perdiendo. Por desgracia, podemos observar mucha gente obesa, no sólo por no practicar una rutina deportiva sino fundamentalmente por la mala alimentación. Si vamos al supermercado con un euro podemos comprar de cuatro a seis dulces de bollería mientras que si invertimos esa misma cantidad en frutas, por ejemplo en kiwis, la cantidad proporcionalmente es mucho menor. Por ello es necesario que los niños y los jóvenes vayan adquiriendo desde su más tierna infancia hábitos adecuados de alimentación y esto es algo que debemos transmitir desde las familias y las escuelas.
El desarrollo industrial y comercial ha sido cada vez mayor y esto ha supuesto la desaparición o disminución de negocios clásicos como las lecherías. Mis padres me cuentan que un oficio de hace años atrás era el lechero que repartía leche fresca en recipientes de aluminio llamados lecheras. Era una leche hervida por el propio lechero o por el consumidor para eliminar sus bacterias. En la parte superior del recipiente se formaba una deliciosa nata que podía usarse para cocinar y preparar otros alimentos. Era una leche fresca de un gran sabor pero que era necesario un consumo rápido del mismo. Hoy en día ni siquiera tenemos la referencia de ese sabor auténtico porque la mayoría no lo ha probado pues desde pequeños han consumido la leche en tetra brick de los supermercados. Incluso hay muchos que pensarán que la leche lo hace el propio supermercado. Sin embargo, el progreso y la instauración del llamado tetra brick significaron el fin de ese bello negocio. Recuerdo que no hace muchos años la leche que se consumía era entera, la semidesnatada y la desnatada. Sin embargo, hoy en día encontramos una amplia variedad de tipos de leche. Además de los clásicos, encontramos leche sin lactosa, de soja, e incluso bebidas que simulan ser leche pero que no lo son. Curiosamente, parece que a medida que el consumidor se va cansando de este tipo de leche industrializada se demanda un tipo de leche fresca como la que había tiempo atrás. La principal diferencia es que, mientras la leche industrializada ha superado un proceso de uperización que es un proceso térmico en el que se calienta la leche a 150 grados y luego se deja enfriar a cuatro grados. Mientras que en el caso de la llamada leche fresca se la somete a un proceso de pasteurización en la que la leche se calienta a 72 grados. La diferencia entre ambas es que la leche fresca tiene un sabor más próximo a la leche natural, pero, como contrapartida su duración es menor, aproximadamente de dos días.
Algo parecido ha pasado con las panaderías tradicionales que dejo de ser un negocio rentable desde que aparecieron los señores del pan barato. Esto es un ejemplo evidente de lo que supone una sociedad capitalista en la que el criterio último es el beneficio económico propio y egoísta, sin importar nada más. Para desgracia de los consumidores del buen pan, en los últimos años las panaderías clásicas entraron en decadencia debido a dos factores fundamentales: la competencia desleal de los señores del pan barato y la falta de información de los consumidores. Los señores del pan barato entraron sin hacer ruido pero eso sí, haciendo mucho daño con unos precios fuera de mercado y fuera de las posibilidades de las panaderías tradicionales. Esto fue posible en buena medida por el hecho de que el sector panadero en España tradicionalmente ha estado muy desunido, a diferencia de otros sectores como el taxi. Presentaban ofertas como un euro y te llevas seis barras de pan. Muchos trabajadores de la panadería tradicional tuvieron que cerrar sus negocios pues éstos dejaron de ser rentables.
¿Qué oscuras intenciones albergaban los señores del pan barato “vendiendo” (mejor dicho, regalando) el pan a semejantes precios? En principio ninguno, lo que querían era “solidarizarse” con los consumidores para que les resultase más barato para las arcas de su economía comprar un alimento tan básico como el pan.  Se presentaron como los “buenos” del mercado mientras que los panaderos tradicionales eran los “malos”. Eran buenos precisamente porque regalaban el pan, mientras que los panaderos tradicionales eran los malos por vender el pan a “semejantes precios”. Pocos consumidores se preguntaron cómo era posible que el precio de una barra en la panadería tradicional era de un precio medio de 0,75 céntimos mientras que en las tiendas de pan barato por un solo euro podías llevarte hasta seis. Los consumidores vieron a los señores del pan barato como una especie de caridad y muchos de ellos dieron la espalda a los negocios clásicos de pan tradicional. ¿No pensaron los consumidores que todo ello era consecuencia de que quizás los productos usados para la fabricación del pan barato no eran de la máxima calidad? Como pusieron en evidencia estudios posteriores, además de comprar las harinas más baratas y de peor calidad, en los últimos años la gente ha sido engañada en el consumo del pan: una persona compraba un tipo de pan integral y resulta que no estaba hecha con harina integral. Igual pasaba con el pan de centeno y otros tipos de panes.
¿Qué pasó con la evolución posterior del pan barato?
Pues que también acabó entrando en crisis y eso era algo que era imposible que no  sucediera. Una persona cuando monta un negocio, en este caso la panadería, además de buscar el bien de sus clientes, busca ganar dinero para hacer frente a sus necesidades cotidianas: pagar el alquiler del piso, pagar la hipoteca, la letra del coche, los impuestos… ¿Qué sentido pues tiene hacer un negocio donde el beneficio económico es cero porque se regala el pan? El propósito de los señores del pan barato era inicialmente romper el mercado y esto significaba el cierre de muchas panaderías clásicas. De este modo, ya sin la competencia de las panaderías clásicas, pretendieron quedarse con el mercado para ellos solos y elevar el precio del pan hasta alcanzar el precio que había antes de que surgieran. ¿Cuál fue el problema con que se encontraron? Pues que las tiendas de pan barato se multiplicaron de modo que, aunque ya no contaba con la competencia de las panaderías clásicas, ahora contaban con la competencia de otras muchas tiendas de pan barato. Esto significó que muchas de estas tiendas cerraran y otras tuvieron que evolucionar hasta convertirse en una especie de almacén donde, además de pan, vendían muchos otros productos. ¿Quiénes han sido los grandes perjudicados en esta desdichada guerra del pan? Indudablemente los consumidores que lo tienen más complicado para disfrutar de un pan de calidad. El Gobierno recientemente ha aprobado una nueva legislación en torno al pan y que exige que en la etiqueta se especifique de modo claro cuáles son los ingredientes del producto de modo que podamos estar seguro de que si estamos consumiendo pan o no.
Afortunadamente, las nuevas generaciones están cada vez más preparadas y son bastante críticas con aquello que comen. Cada vez más miramos las etiquetas de los productos antes de comprarlos y consumirlos. Solamente una sociedad preparada y crítica es la mejor vía para una sociedad más justa y también más feliz.