viernes, 26 de junio de 2020

Criticismo kantiano: fenómenos y noúmenos.

Inmanuel Kant (1724-1804).

En la Estética Trascendental de la Crítica de la razón pura Kant explica el inicio del proceso de conocimiento como una síntesis entre racionalismo y empirismo. Es deudor del empirismo en la medida en que afirma que no existe otro origen del conocimiento que la experiencia. Sin ese suelo que nos proporciona la experiencia no sería posible construir ningún conocimiento. Sin embargo, y en este sentido se aleja del empirismo para acercarse al racionalismo, la sola experiencia no hace posible el conocimiento sino que hay que acudir a una serie de formas a priori pertenecientes al ámbito de la sensibilidad. En absoluto esto significa que Kant defienda un innatismo como el del cartesianismo sino que son formas a priori que por sí mismas no proporcionan conocimiento, sólo en la medida en que se proyecta al ámbito de la experiencia. Las formas a priori están vacías de contenido y sólo a partir de su proyección, en este caso, a las sensaciones, hacen posible el fenómeno. El fenómeno que captamos a través de la experiencia no se identifica con la realidad en sí misma ni es todavía conocimiento, tal como lo entiende Kant. El fenómeno se identifica con nuestro modo propio de percibir la realidad. Esto no significa ni mucho menos que la teoría del conocimiento de Kant desemboque en un subjetivismo relativista, justo al contrario. En todo caso se trata de un subjetivismo trascendental en la medida en que se indaga los objetos a partir del propio sujeto y el modo en que éste aprehende la realidad. El fenómeno es el resultado de una síntesis entre la intuición empírica, esto es, la sensaciones que experimentamos cuando los órganos de nuestros sentidos quedan afectados por los objetos, ya sean internos o externos, y las intuiciones formales, esto es, las formas a priori de la sensibilidad que él identifica con el espacio y el tiempo. El espacio es la forma que permite que el sujeto capte todos los fenómenos externos y que, a su vez, constituye la condición de posibilidad de la geometría como ciencia de derecho. Por su parte, el tiempo es la forma que permite que todo sujeto capte todos los fenómenos internos y, a su vez, constituye la condición de posibilidad de la aritmética como ciencia. Con todo, con el fenómeno que es el resultado de las intuiciones empíricas y de las intuiciones puras, como hemos señalado, todavía no hemos alcanzado un conocimiento, únicamente estamos en proceso de que lo sea. El conocimiento en sentido propio comenzará con la siguiente síntesis que desarrolla el entendimiento. Esta parte la desarrolla Kant en la parte titulada Analítica Trascendental. El conocimiento se identifica en sentido propio con la física de Newton, tal como lo entiende Kant, pues éste representa el conocimiento más elevado que podamos alcanzar sobre el mundo. El conocimiento se define a partir del resultado obtenido de la síntesis entre el fenómeno obtenido de la sensibilidad con las formas a priori del nivel del entendimiento. Estas formas a  priori los llama conceptos puros o categorías, en homenaje a Aristóteles que en sentido propio fue el primero en desarrollar una teoría filosófica sobre las categorías. Sin embargo, el estudio que desarrolla Aristóteles sobre las categorías, a juicio de Kant, es sumamente impreciso, en primer lugar porque el procedimiento que usa para llevar a cabo la identificación de las distintas categorías es inductivo, a partir de la experiencia. Es un procedimiento enteramente inadecuado para obtener un conocimiento universal y necesario. Por ello el número de categorías que distinguirá Aristóteles variará a lo largo de su pensamiento dependiendo de la obra concreta que estemos estudiando. Por ejemplo en su obra Categorías distingue 10 pero en otras, como la Metafísica 8, pues dos de las anteriores categorías de la primera obra  quedan subsumidas en otras. Otra diferencia fundamental es que para Aristóteles las categorías tienen un carácter ontológico, esto es, son modos propios y pertenecientes a la estructura de la realidad a través de las cuáles se expresa. Por su parte, para Kant, las categorías dejan de tener un sentido ontológico para tener un sentido gnoseológico: son formas a priori pertenecientes a la estructura cognoscitiva del sujeto, concretamente al entendimiento, y cuya proyección sobre el fenómeno hace posible el conocimiento. En este punto se encuentra presente la influencia del empirismo, no ya tanto de Hume sino de Locke y su gnoseología de límites. La experiencia no sólo es origen sino límite de todo conocimiento. Esto significa que todo intento que desarrolle el filósofo para ir más allá del fenómeno y conocer una presunta e hipotética realidad en sí tras el fenómeno es ilegítimo y, en consecuencia, debe ser abandonado. Los conceptos puros o categorías del entendimiento sólo pueden proporcionarnos conocimiento en la medida en que se aplican a lo dado en la intuición empírica, es decir, lo que dado en la experiencia. Y no hay otra alternativa posible. Las categorías o conceptos puros no pueden proporcionarnos un conocimiento teorético o científico de realidades que trascienden la esfera de la experiencia, esto es, lo nouménico. Pero, aunque no podamos atravesar los límites de la realidad empírica o fenoménica y conocer lo que se encuentran más allá de ella, no se sigue necesariamente que podamos afirmar que sólo haya fenómenos y que neguemos la existencia de las cosas en sí. De todo esto se deduce una situación aparentemente paradójica: como consecuencia de la restricción del uso cognoscitivo de las categorías o conceptos puros del entendimiento a la realidad fenoménica, se sigue que no podemos conocer los noúmenos pero que tampoco podemos afirmar dogmáticamente que no existan. Kant introduce el concepto de noúmeno con el propósito de delimitar de una manera precisa qué podemos conocer y qué no podemos conocer. Noúmeno significa objeto del pensamiento, lo cual significa que hay una distinción radical entre conocer y pensar. El conocer se basa de manera exclusiva en lo dado en la experiencia, sin embargo, el pensamiento puede ocuparse de lo que esté más allá de la experiencia. En su obra Crítica de la razón pura Kant desarrolla un estudio preciso donde delimita de modo claro qué conocemos y hasta dónde, pero no lo realiza de igual modo con respecto a lo que podamos pensar o no y hasta dónde. Como hemos señalado Kant llama a las sensaciones que han sido sometidas a las intuiciones puras del espacio y del tiempo fenómenos. A su vez, estos fenómenos que se encuentras sometidas por las categorías o conceptos puros del entendimiento, de acuerdo con la  unidad trascendental del yo pienso se convierten en objeto de conocimiento. Si suponemos la existencia de cosas en sí como objetos del entendimiento dadas a partir de una intuición de tipo intelectual, éstas se llamarían nóumenos. ¿Con qué legitimidad afirmaríamos esto? Con ninguna pues el ser humano está dotado de una intuición de carácter sensible, es decir, mediado siempre por lar formas a priori del espacio y del tiempo, y no una intuición de tipo intelectual que nos permitiera conocer la realidad de manera absoluta al modo divino. Pero esto no nos conduce ni mucho menos a la afirmación de su inexistencia. Este yo pienso constituye la condición de posibilidad de todo conocimiento pero, a su vez, no puede ser objeto de ningún conocimiento porque justamente rebasa los límites de nuestra experiencia. Esto es lo que hace justamente en la parte conocida como Dialéctica Trascendental donde se plantea todos los usos ilegítimos de la razón como tercera facultad, más allá de la sensibilidad y del entendimiento. Podemos pensar ideas aunque no conocerlas. Las ideas constituyen el tipo de conocimiento de carácter incondicionado y absoluto que el ser humano no puede alcanzar por definición. Si pretendemos alcanzar un conocimiento teórico o científico de este yo pienso, o lo que más habitualmente la teología tradicional ha llamado el alma no estaremos sino haciendo paralogismos y confundiendo el conocimiento y el error. En la parte de la Dialéctica Trascendental trata las antinomias de la Cosmología especulativa, y concretamente en la tercera trata sobre la confusión que existe entre la libertad humana y el mecanicismo alcanzando un tipo de solución intermedia considerando ambas válidas siempre y cuando se haya trazado rigurosamente sus límites. Desde este punto sería legítimo pensar que desde el uso práctico de la razón el ser humano es libre en el sentido de poder realizar acciones realmente incondicionadas y, en consecuencia libre. Pero también es cierto afirmar que desde el uso teórico es ser humano en cuanto fenómeno se encuentra sometido a la causalidad y su comportamiento puede ser explicado mecánicamente mediante una sucesión de causas y efectos.  En la segunda edición de su Crítica de la razón pura Kant distinguirá entre dos sentidos de la palabra noúmeno. En primer lugar existe un sentido negativo de la palabra noúmeno que se produce cuando lo entendemos como no objeto de nuestra intuición sensible, abstrayéndolo así de nuestro modo de intuirla. Es una facultad de la que carece el ser humano, pues únicamente podemos intuir de modo sensible. Frente a este sentido negativo de noúmeno podemos distinguir un sentido positivo: entender al noúmeno como un objeto de una intuición no sensible, de modo que debemos suponer necesariamente un tipo particular de intuición, la intuición intelectual. Carecemos de dicha intuición y su posibilidad no puede siquiera llegar a concebirse. En consecuencia, el noúmeno en su sentido positivo sería el objeto de una intuición intelectual que sería propia de Dios pues al intuir crea de modo necesario la realidad.
Por tanto, el entendimiento debe limitarse a lo dado por la sensibilidad y dar el nombre de noúmeno a las cosas consideradas en sí mismas y no como fenómenos. Pero al mismo tiempo se limita a sí mismo pues se prohíbe conocer esas cosas por medio de categorías y se impone el pensarla simplemente como algo desconocido. Sin embargo, ni el propio Kant se salva de una objeción sobre un uso ilegítimo de las categorías. En su obra Prolegómenos a toda metafísica que quiera presentarse como ciencia, de 1783 considera que las cosas son incognoscibles consideradas en sí mismas pero que las conocemos a través de las representaciones que nos procura su influencia en nuestra sensibilidad. Con esto Kant se expone a la acusación de estar aplicando el principio de causalidad más allá de los límites que él mismo le había trazado. De modo que Kant afirma la existencia del noúmeno como cosa en sí como resultado de una inferencia causal, cuando por sus mismos principios la categoría de causalidad no se puede aplicar sino a fenómenos. Seguramente que Kant nunca pensó que las cosas pudieran reducirse simplemente a sus representaciones y por ello era lógico que postulara una causa o varias causas externas para nuestras representaciones. Por tanto, si se quiere mantener la concepción Kantiana de la función de la categoría de causa, entonces habría que abandonar la noción del noúmeno como cosa en sí. Sin embargo, si Kant se expresa de este modo respecto a la cuestión de las causas de nuestras representaciones, adoptará un planteamiento diferente cuando discute explícitamente la distinción entre fenómenos y noúmenos. Desde esta perspectiva la idea de noúmeno no se presenta como surgida de una inferencia de un cierto fenómeno a su causa, sino como un correlato inseparable de la idea de fenómeno. Se nos presenta la idea de un objeto que aparece y, de acuerdo con la idea que así tenemos, y como puro concepto límite, la idea del objeto aparte de su aparecer. El nóumeno sería como el reverso de una imagen, la cara que no vemos ni podemos ver, pero cuya noción indeterminada acompaña necesariamente a la idea de cara que vemos. Aunque Kant cree manifiestamente que hay nóumenos, se abstiene de afirmar su existencia, al menos en un plano teórico. Sin embargo, desde un uso práctico de la razón Kant reintroduce como postulados de la razón práctica aquellas ideas que son incognocibles, más allá del uso regulativo como ideal de todo conocimiento al que tiende el científico cada vez más aunque nunca de un modo pleno.
En la parte de la Dialéctica Trascendental Kant distinguirá entre el uso constitutivo y el uso regulativo de la razón. Las ideas, aunque incognosibles en sí mismas, constituyen una tendencia natural e irrefrenable de la propia naturaleza humana que pretende alcanzar siempre el ser humano, aunque sin éxito. Kant, en consecuencia, no censura el hecho de que podamos tener ideas sino que lo que censura en el uso que hagamos de las mismas, en concreto el uso constitutivo. No podemos obtener un conocimiento científico de dichas ideas pues, si éste fuera el caso, lo que hacemos es proyectar estos conceptos puros o categorías sobre lo que está más allá de los fenómenos, es decir, de lo que legítimamente podemos conocer. El uso adecuado es el regulativo, es decir, como una guía de nuestro conocimiento que nos impulsa de continuo a conocer más, aunque siendo conscientes que en ningún momento será posible un conocimiento absoluto. Esta concepción regulativa de las ideas será asumida por el filósofo de la ciencia Karl R. Popper y su concepción falsacionista de la ciencia: todas las teorías científicas son falsables, ninguna de ellas es verdadera de hecho sino sólo de una manera provisional. El científico ha de esforzarse permanente en falsar sus teorías para de este modo desarrollar nuevas teorías más avanzadas que se aproximen más a la verdad, pero la verdad no será alcanzable nunca sino que actuará de ideal regulativo.