jueves, 11 de junio de 2020

Kant: Demarcación de la metafísica y de la ciencia.


     Kant  se plantea la posibilidad o no de la metafísica como ciencia tanto en el prólogo de la de edición de la Crítica de la Razón Pura de 1781 como en la edición de 1787. ¿La metafísica puede ampliar nuestro conocimiento de la realidad desde la perspectiva del uso teórico de la razón? Como las grandes cuestiones de la metafísica tradicional son para Kant la existencia de Dios, la libertad y la inmortalidad, habrá que plantearse pues si la metafísica se encuentra en condiciones para proporcionarnos un conocimiento seguro de la existencia y la naturaleza de Dios, de la libertad humana y de la existencia de un alma espiritual e inmortal en el ser humano. Kant siempre consideró la importancia de estas cuestiones, además, hubo un tiempo en el que la metafísica era considerada la reina de todas las ciencias. Pero en los tiempos de Kant la metafísica se encuentra desacreditada pues frente al progreso que han tenido la matemática y la ciencia natural ella se ha convertido en un conjunto de disputas sin fin. Kant desarrolla una investigación crítica sobre la metafísica sometiéndola al tribunal de la razón debido a su carácter inconcluso, su incapacidad para encontrar un método de confianza que permita alcanzar conclusiones ciertas o su tendencia a desandar todos sus pasos y volver a empezar siempre. Kant establece que toda persona tiene una serie de conceptos y principios a priori que no proceden de la experiencia pero que se aplican sobre ella.. Tales principios son puros pues por sí mismos están vacíos de todo contenido empírico. El error de los metafísicos ha consistido en la aplicación de tales principios para comprender realidades suprasensibles y cosas en sí, no meramente tal como se nos aparecen. Los filósofos dogmáticos, tal como los llama Kant, consideran que es posible progresar en el conocimiento sobre la mera base de conceptos puramente filosóficos, vacíos totalmente de contenido empírico, utilizando principios que tiene la razón sin preguntarse antes de qué modo se ha alcanzado dichos principios. De este modo Kant desarrollará una investigación crítica de la facultad de la razón respecto de todos los conocimientos que pretende conseguir, independientemente de toda experiencia. Se trata de averiguar qué y cuánto pueden conocer el entendimiento y la razón independientemente de toda experiencia. Para Kant la metafísica constituye un conocimiento vacío e ilusorio de realidades suprasensibles y una de las tareas de la filosofía crítica consistirá en señalar la vaciedad de tales pretensiones. La conclusión del estudio de Kant es que la pretensión de la metafísica de convertirse en una ciencia, en un conocimiento científico de entes suprasensibles no es posible.  El ser humano tiene una serie de conceptos puros o categorías que deben proyectarse únicamente sobre los objetos de toda experiencia posible. Esto significa que las condiciones de posibilidad de la experiencia son trascendentalmente deducidas y legitimadas sólo con los objetos de la experiencia. Si pretendemos proyectar estas condiciones de posibilidad sobre algo no dado en la experiencia, estaríamos dando un uso ilegítimo de dichas condiciones de posibilidad y el resultado de esta proyección no puede ser un conocimiento. Las condiciones de posibilidad sólo pueden proyectarse de modo legítimo sobre los objetos fenoménicos y no para entidades de tipo metafísico. Kant ha desarrollado una distinción entre un tipo de conocimiento necesario a priori que es el que proporciona la ciencia y el conocimiento que proporciona la metafísica que son ideas regulativas de la experiencia y no constitutivas. Ninguna metafísica puede pretender legítimamente ser una ciencia pues las metafísicas consisten en un uso de los conceptos puros o categorías del entendimiento, como los de causa y sustancia por ejemplo, para trascender la experiencia y describir una realidad suprasensible. El filósofo debe exponer la vaciedad de tal pretensión. Kant afirma el valor de la metafísica como disposición natural pero rechaza su pretensión de ser una verdadera ciencia que suministre conocimiento teorético, universal y necesario de las realidades puramente inteligibles. Esto no significa por ejemplo que Dios sea impensable o que constituya un sinsentido. La libertad, la inmortalidad y Dios se encuentran fuera del ámbito empírico de la experimentación, de la prueba y de la refutación. Por tanto, la crítica que lleva a cabo Kant de la metafísica proporciona una fe práctica o moral basada en la conciencia moral. Las cuestiones del Alma espiritual, que la persona es libre y que Dios existe pertenecen a la esfera de la razón práctica o moral y son objetos de fe, no de conocimiento. La conciencia moral, cuando se desarrollan sus implicaciones prácticas, nos lleva más allá de la esfera sensible, hasta el ámbito práctico de lo inteligible. Como ente fenoménico toda persona se encuentra sujeto a leyes causales. Pero no ocurre lo mismo con nuestra conciencia moral, pues ella misma es una realidad e implica necesariamente la idea de libertad. De este modo, aunque no se pueda probar que seamos libres de un modo científico y teórico, la conciencia moral exige fe en la libertad. Además, desde el uso teórico de la razón no es posible negar la libertad humana.
     La razón produce las ideas trascendentales que no sirven para aumentar nuestro conocimiento científico de los objetos pero que ejercen una importante función regulativa. Mientras que el entendimiento se ocupaba directamente de fenómenos y los unificaba en juicios, la razón acepta los conceptos y los juicios del entendimiento e intenta unificarlos en un principio superior. Es propio de la naturaleza de la razón el ir más allá de cualquier estadio alcanzado que se encuentre a su vez condicionada en el proceso de unificación. La razón busca lo incondicionado y lo incondicionado no se da en la experiencia. La máxima lógica de la razón nos empuja a buscar una unificación  cada vez mayor del conocimiento, a tender cada vez más hacia lo incondicionado, hacia una condición última que no esté ella misma condicionada. Sin embargo de esta cadena del razonamiento no se puede alcanzar nada incondicionado. La razón hace que obremos como si existiera lo incondicionado, no exhorta constantemente a completar nuestro conocimiento condicionado.
     Kant considera que hay tres posibles tipos de inferencia silogística: el categórico, el hipotético y el disyuntivo. Estos tres tipos corresponden a las tres categorías de relación: la sustancia, la causa y la comunidad o reciprocidad. En correspondencia con los tres tipos de inferencia hay tres clases de unidad incondicionada postulada o asumida por los principios de la razón pura. En la serie ascendente de los silogismos categóricos la razón tiende hacia un concepto que represente algo que sea siempre sujeto y nunca predicado. Si ascendemos mediante una cadena de silogismos hipotéticos, la razón exige una unidad incondicionada en la forma de un presupuesto que no presuponga a su vez nada distinto de sí. Kant al deducir las ideas de la razón pura desea mostrar al mismo tiempo cuáles son esas ideas y por qué tienen que ser ésas. Por eso intenta derivarlas de los tres tipos de inferencia mediata que, de acuerdo con la lógica formal por él aceptada, son los únicos tipos posibles. Para llevar a cabo esta deducción introduce una línea de pensamiento suplementaria que facilita mucho la comprensión del conjunto. Introducirá la idea de las relaciones más generales en que puedan encontrarse nuestras representaciones. Existen tres tipos de relaciones: en primer lugar la relación al sujeto; en segundo lugar, la relación de nuestras representaciones a los objetos como fenómenos; en tercer lugar, la relación de nuestras representaciones a los objetos como objetos del pensamiento en general, sean fenómenos o no. En el primer caso, se exige para la posibilidad de la experiencia que todas las representaciones se relacionen con la unidad de la apercepción, de forma que el yo pienso tiene que acompañar a todas. La razón tiende a completar esta síntesis mediante la suposición de un sujeto incondicionado, un ego o sujeto pensante permanente, concebido como sustancia que no es nunca predicado. En segundo lugar, respecto a la relación de nuestras representaciones con los objetos en cuanto fenómenos el entendimiento sintetiza la multiplicidad de la intuición sensible a través de la segunda categoría de la relación: la causalidad. La razón intenta completar esta síntesis alcanzando una unidad incondicionada, concebida como la totalidad de las secuencias causales. La razón postula una última presuposición que no presuponga nada más a su vez, y esta presuposición es la totalidad de las secuencias causales. En tercer lugar, respecto a la relación de nuestras representaciones a los objetos de pensamiento en general la razón busca una unidad incondicionada en la forma de la condición suprema de la posibilidad de todo lo pensable. De este modo nace la concepción de Dios como la unión todas las perfecciones de un ser. En definitiva, tenemos tres ideas principales de la razón pura: el alma como sujeto sustancial permanente, el mundo como totalidad de los fenómenos causalmente determinados y Dios como perfección absoluta, como unidad de las condiciones de los objetos del pensamiento en general. Estas ideas nacen como resultado  del impulso natural  de la razón pura para completar las síntesis realizadas por el entendimiento. Esto no significa que la razón pura lleve adelante la actividad sintetizadora del entendimiento considerada como constitución de los objetos mediante la imposición de las condiciones a priori de la experiencia.
     Las tres ideas anteriores forman los principales temas unificadores de las tres ramas de la metafísica especulativa. Así, el sujeto pensante es el tema de la psicología, la totalidad de todos los fenómenos es el tema de la cosmología y la entidad que contiene la condición suprema de la posibilidad de todo lo que se puede pensar es el tema de la teología. La razón pura suministra su idea para una doctrina trascendental del alma, para una ciencia trascendental del mundo y para una doctrina trascendental de Dios. Pero los objetos correspondientes a esas tres ideas no nos pueden ser dados intuitivamente ni de modo intelectual ni de modo experiencial.
     Las ideas trascendentales de la razón pura no tienen un uso constitutivo, no nos dan conocimiento de los objetos correspondientes. Si utilizamos las ideas para trascender la esfera de la experiencia y afirmar la existencia de realidades no dadas en la experiencia caeremos inevitablemente en sofismas. Nuestra razón posee una inclinación natural a rebasar los límites de la experiencia y formarse ideas acerca de lo incondicionado. Tales ideas trascendentales son tan naturales a la razón como las categorías lo son al entendimiento. Esto significa que las ideas trascendentales tienen algún uso adecuado y propio: el uso de estas ideas es regulativo. Del mismo modo que la sensibilidad es un objeto del entendimiento, el entendimiento es un objeto de la razón. De igual modo que el entendimiento unifica la multiplicidad de los fenómenos por medio de conceptos y los pone bajo leyes empíricas, la tarea de la razón es producir una unidad sistemática en todas las operaciones empíricas posibles del entendimiento. La idea actúa en este proceso como principio regulativo de unidad. De este modo en psicología la idea del ego como sujeto simple permanente estimula una mayor unificación de los fenómenos psíquicos. La psicología empírica emprende la tarea de ponerlos reunidos bajo las leyes para llevar a cabo un esquema unificado. En esta tarea resulta de gran utilidad la idea trascendental del ego como sujeto simple permanente como principio heurístico. Respecto a la idea cosmológica de mundo, la idea de mundo como serie indeterminada de acaecimientos estimula al espíritu para que proceda siempre adelante a lo largo de la cadena causal. La idea cosmológica no nos dice qué ha de hallar y qué no ha de hallar la investigación científica, sino que es un principio regulativo que nos deja insatisfechos con las percepciones presentes y nos mueve a conseguir una mayor unificación científica de los fenómenos naturales a través de leyes causales. Por su parte, la idea trascendental de Dios como inteligencia suprema y causa del universo nos lleva a pensar la naturaleza como unidad teleológica sistemática. La noción de naturaleza como obra de un creador inteligente implica la idea de la naturaleza como sistema inteligible, y este presupuesto es un motor para la investigación científica.
     Kant protege a la ciencia cuando critica a la metafísica en el sentido de que pierde la referencia empírica y se ocupa únicamente de sí misma. Al hacer esta crítica  a la razón pura, no vinculado con lo empírico, está adoptando una postura negativa y crítica. Pero al mismo tiempo que está adoptando esta postura negativa o crítica está positivamente acotando el campo de la objetividad. Lo que hace Kant, en una segunda lectura al separar ciencia y metafísica, es liberar a la metafísica  de tener que responder a exigencias de tipo científico. Por ello, la metafísica tiene su propia legitimidad no objetiva.