Kant se plantea la posibilidad o no de la
metafísica como ciencia tanto en el prólogo de la de edición de la Crítica de la Razón Pura de 1781 como en
la edición de 1787. ¿La metafísica puede
ampliar nuestro conocimiento de la realidad desde la perspectiva del uso
teórico de la razón? Como las grandes cuestiones de la metafísica
tradicional son para Kant la existencia
de Dios, la libertad y la inmortalidad, habrá que plantearse pues
si la metafísica se encuentra en condiciones para proporcionarnos un
conocimiento seguro de la existencia y la naturaleza de Dios, de la libertad
humana y de la existencia de un alma espiritual e inmortal en el ser humano.
Kant siempre consideró la importancia de estas cuestiones, además, hubo un
tiempo en el que la metafísica era considerada la reina de todas las ciencias.
Pero en los tiempos de Kant la metafísica se encuentra desacreditada pues
frente al progreso que han tenido la matemática y la ciencia natural ella se ha
convertido en un conjunto de disputas sin fin. Kant desarrolla una
investigación crítica sobre la metafísica sometiéndola al tribunal de la razón
debido a su carácter inconcluso, su incapacidad para encontrar un método de
confianza que permita alcanzar conclusiones ciertas o su tendencia a desandar
todos sus pasos y volver a empezar siempre. Kant establece que toda persona
tiene una serie de conceptos y principios a
priori que no proceden de la experiencia pero que se aplican sobre ella..
Tales principios son puros pues por sí mismos están vacíos de todo contenido
empírico. El error de los metafísicos ha consistido en la aplicación de tales
principios para comprender realidades suprasensibles y cosas en sí, no meramente tal como se nos aparecen. Los filósofos
dogmáticos, tal como los llama Kant, consideran que es posible progresar en el
conocimiento sobre la mera base de conceptos puramente filosóficos, vacíos
totalmente de contenido empírico, utilizando principios que tiene la razón sin
preguntarse antes de qué modo se ha alcanzado dichos principios. De este modo
Kant desarrollará una investigación crítica de la facultad de la razón respecto
de todos los conocimientos que pretende conseguir, independientemente de toda
experiencia. Se trata de averiguar qué y cuánto pueden conocer el entendimiento
y la razón independientemente de toda experiencia. Para Kant la metafísica
constituye un conocimiento vacío e ilusorio de realidades suprasensibles y una
de las tareas de la filosofía crítica consistirá en señalar la vaciedad de
tales pretensiones. La conclusión del estudio de Kant es que la pretensión de
la metafísica de convertirse en una ciencia, en un conocimiento científico de
entes suprasensibles no es posible. El ser
humano tiene una serie de conceptos puros o categorías que deben proyectarse
únicamente sobre los objetos de toda experiencia posible. Esto significa que las condiciones de posibilidad de la
experiencia son trascendentalmente deducidas y legitimadas sólo con los objetos
de la experiencia. Si pretendemos proyectar estas condiciones de
posibilidad sobre algo no dado en la experiencia, estaríamos dando un uso
ilegítimo de dichas condiciones de posibilidad y el resultado de esta
proyección no puede ser un conocimiento. Las condiciones de posibilidad sólo
pueden proyectarse de modo legítimo sobre los objetos fenoménicos y no para
entidades de tipo metafísico. Kant ha desarrollado una distinción entre un tipo
de conocimiento necesario a priori
que es el que proporciona la ciencia y el conocimiento que proporciona la
metafísica que son ideas regulativas de la experiencia y no constitutivas.
Ninguna metafísica puede pretender legítimamente ser una ciencia pues las
metafísicas consisten en un uso de los conceptos puros o categorías del
entendimiento, como los de causa y sustancia por ejemplo, para trascender la
experiencia y describir una realidad suprasensible. El filósofo debe exponer la
vaciedad de tal pretensión. Kant afirma el valor de la metafísica como disposición natural pero rechaza su
pretensión de ser una verdadera ciencia que suministre conocimiento teorético,
universal y necesario de las realidades puramente inteligibles. Esto no
significa por ejemplo que Dios sea impensable o que constituya un sinsentido.
La libertad, la inmortalidad y Dios se encuentran fuera del ámbito empírico de
la experimentación, de la prueba y de la refutación. Por tanto, la crítica que
lleva a cabo Kant de la metafísica proporciona una fe práctica o moral basada
en la conciencia moral. Las cuestiones del Alma espiritual, que la persona es
libre y que Dios existe pertenecen a la esfera de la razón práctica o moral y
son objetos de fe, no de conocimiento. La conciencia moral, cuando se
desarrollan sus implicaciones prácticas, nos lleva más allá de la esfera
sensible, hasta el ámbito práctico de lo inteligible. Como ente fenoménico toda
persona se encuentra sujeto a leyes causales. Pero no ocurre lo mismo con
nuestra conciencia moral, pues ella misma es una realidad e implica
necesariamente la idea de libertad. De este modo, aunque no se pueda probar que
seamos libres de un modo científico y teórico, la conciencia moral exige fe en
la libertad. Además, desde el uso teórico de la razón no es posible negar la
libertad humana.
La razón produce las ideas trascendentales que no sirven para
aumentar nuestro conocimiento científico de los objetos pero que ejercen una
importante función regulativa. Mientras
que el entendimiento se ocupaba directamente de fenómenos y los unificaba en
juicios, la razón acepta los conceptos y los juicios del entendimiento e
intenta unificarlos en un principio superior. Es propio de la naturaleza de
la razón el ir más allá de cualquier estadio alcanzado que se encuentre a su
vez condicionada en el proceso de unificación. La razón busca lo incondicionado
y lo incondicionado no se da en la experiencia. La máxima lógica de la razón
nos empuja a buscar una unificación cada
vez mayor del conocimiento, a tender cada vez más hacia lo incondicionado,
hacia una condición última que no esté ella misma condicionada. Sin embargo de
esta cadena del razonamiento no se puede alcanzar nada incondicionado. La razón
hace que obremos como si existiera lo
incondicionado, no exhorta constantemente a completar nuestro conocimiento
condicionado.
Kant considera que hay tres
posibles tipos de inferencia silogística: el
categórico, el hipotético y el disyuntivo. Estos tres tipos corresponden a
las tres categorías de relación: la sustancia, la causa y la comunidad o
reciprocidad. En correspondencia con los tres tipos de inferencia hay tres
clases de unidad incondicionada postulada o asumida por los principios de la
razón pura. En la serie ascendente de los silogismos categóricos la razón
tiende hacia un concepto que represente algo que sea siempre sujeto y nunca
predicado. Si ascendemos mediante una cadena de silogismos hipotéticos, la
razón exige una unidad incondicionada en la forma de un presupuesto que no
presuponga a su vez nada distinto de sí. Kant al deducir las ideas de la razón
pura desea mostrar al mismo tiempo cuáles son esas ideas y por qué tienen que
ser ésas. Por eso intenta derivarlas de los tres tipos de inferencia mediata
que, de acuerdo con la lógica formal por él aceptada, son los únicos tipos
posibles. Para llevar a cabo esta deducción introduce una línea de pensamiento
suplementaria que facilita mucho la comprensión del conjunto. Introducirá la
idea de las relaciones más generales en que puedan encontrarse nuestras
representaciones. Existen tres tipos de relaciones: en primer lugar la relación
al sujeto; en segundo lugar, la relación de nuestras representaciones a los
objetos como fenómenos; en tercer lugar, la relación de nuestras
representaciones a los objetos como objetos del pensamiento en general, sean
fenómenos o no. En el primer caso, se exige para la posibilidad de la
experiencia que todas las representaciones se relacionen con la unidad de la apercepción, de forma que el yo pienso tiene que acompañar a todas.
La razón tiende a completar esta síntesis mediante la suposición de un sujeto
incondicionado, un ego o sujeto
pensante permanente, concebido como sustancia
que no es nunca predicado. En segundo lugar, respecto a la relación de nuestras
representaciones con los objetos en cuanto fenómenos el entendimiento sintetiza
la multiplicidad de la intuición sensible a través de la segunda categoría de
la relación: la causalidad. La razón
intenta completar esta síntesis alcanzando una unidad incondicionada, concebida
como la totalidad de las secuencias causales. La razón postula una última
presuposición que no presuponga nada más a su vez, y esta presuposición es la
totalidad de las secuencias causales. En tercer lugar, respecto a la relación
de nuestras representaciones a los objetos de pensamiento en general la razón
busca una unidad incondicionada en la forma de la condición suprema de la
posibilidad de todo lo pensable. De este modo nace la concepción de Dios como la unión todas las
perfecciones de un ser. En definitiva, tenemos tres ideas principales de la
razón pura: el alma como sujeto sustancial permanente, el mundo como totalidad
de los fenómenos causalmente determinados y Dios como perfección absoluta, como
unidad de las condiciones de los objetos del pensamiento en general. Estas ideas nacen como resultado del impulso natural de la razón pura para completar las síntesis
realizadas por el entendimiento. Esto no significa que la razón pura lleve
adelante la actividad sintetizadora del entendimiento considerada como
constitución de los objetos mediante la imposición de las condiciones a priori de la experiencia.
Las tres ideas anteriores
forman los principales temas unificadores de las tres ramas de la metafísica
especulativa. Así, el sujeto pensante es el tema de la psicología, la totalidad de todos los fenómenos es el tema de la cosmología y la entidad que contiene la
condición suprema de la posibilidad de todo lo que se puede pensar es el tema
de la teología. La razón pura
suministra su idea para una doctrina trascendental del alma, para una ciencia
trascendental del mundo y para una doctrina trascendental de Dios. Pero los
objetos correspondientes a esas tres ideas no nos pueden ser dados
intuitivamente ni de modo intelectual ni de modo experiencial.
Las ideas trascendentales de la razón pura no tienen un uso
constitutivo, no nos dan conocimiento de los objetos correspondientes. Si
utilizamos las ideas para trascender la esfera de la experiencia y afirmar la
existencia de realidades no dadas en la experiencia caeremos inevitablemente en
sofismas. Nuestra razón posee una
inclinación natural a rebasar los límites de la experiencia y formarse ideas
acerca de lo incondicionado. Tales ideas
trascendentales son tan naturales a la razón como las categorías lo son al
entendimiento. Esto significa que las ideas trascendentales tienen algún
uso adecuado y propio: el uso de estas ideas es regulativo. Del mismo modo que
la sensibilidad es un objeto del entendimiento, el entendimiento es un objeto
de la razón. De igual modo que el entendimiento unifica la multiplicidad de los
fenómenos por medio de conceptos y los pone bajo leyes empíricas, la tarea de
la razón es producir una unidad sistemática en todas las operaciones empíricas
posibles del entendimiento. La idea actúa en este proceso como principio
regulativo de unidad. De este modo en psicología la idea del ego como sujeto simple permanente
estimula una mayor unificación de los fenómenos psíquicos. La psicología
empírica emprende la tarea de ponerlos reunidos bajo las leyes para llevar a
cabo un esquema unificado. En esta tarea resulta de gran utilidad la idea trascendental
del ego como sujeto simple permanente como principio heurístico. Respecto a la
idea cosmológica de mundo, la idea de mundo como serie indeterminada de
acaecimientos estimula al espíritu para que proceda siempre adelante a lo largo
de la cadena causal. La idea cosmológica no nos dice qué ha de hallar y qué no
ha de hallar la investigación científica, sino que es un principio regulativo
que nos deja insatisfechos con las percepciones presentes y nos mueve a
conseguir una mayor unificación científica de los fenómenos naturales a través
de leyes causales. Por su parte, la idea trascendental de Dios como
inteligencia suprema y causa del universo nos lleva a pensar la naturaleza como
unidad teleológica sistemática. La noción de naturaleza como obra de un creador
inteligente implica la idea de la naturaleza como sistema inteligible, y este
presupuesto es un motor para la investigación científica.
Kant protege a la ciencia
cuando critica a la metafísica en el sentido de que pierde la referencia empírica
y se ocupa únicamente de sí misma. Al hacer esta crítica a la razón pura, no vinculado con lo
empírico, está adoptando una postura negativa y crítica. Pero al mismo tiempo
que está adoptando esta postura negativa o crítica está positivamente acotando
el campo de la objetividad. Lo que hace Kant, en una segunda lectura al separar
ciencia y metafísica, es liberar a la metafísica de tener que responder a exigencias de tipo
científico. Por ello, la metafísica tiene su propia legitimidad no objetiva.