viernes, 15 de mayo de 2020

Reflexiones en torno a El ocaso de los ídolos de Nietzsche.

Friedrich Nietzsche (1844-1900).

En Máximas y dardos, perteneciente a la obra El ocaso de lo ídolos, Nietzsche realiza una crítica ácida  a lo que considera los grandes vicios de la cultura occidental y no desde un punto de vista exclusivamente filosófico. En el punto 3 señala lo siguiente: Para vivir solo hace falta ser un animal o un Dios, dice Aristóteles. Falta una tercera condición: hay que ser ambas cosas, es decir, un filósofo… En el Libro I de su Política Aristóteles señalaba que el que no necesitaba de la sociedad humano no podía ser sino un animal o un Dios. El ser humano es sociable por naturaleza, lo que significa que necesita asociarse con sus semejantes para ser plenamente feliz. En esta sentencia define al filósofo como un ser intermedio entre el animal de carácter instintivo y un Dios, un ser cuya función no sería otra que el conocimiento y la contemplación, tal como señaló el propio Aristóteles. El ser humano en la medida que se hace filósofo trasciende la pura animalidad, alcanza el pleno desarrollo de acuerdo con su naturaleza racional y puede cuestionarse todo conocimiento que considere insuficiente. Pero a diferencia de un Dios, el filósofo pocas certezas o verdades absolutas podrá alcanzar porque, como consecuencia de su finitud, una verdad que pensábamos absoluta en el pasado deja de serlo en el presente. Y lo que hoy pensamos que es verdad puede ser falso en el futuro. Además para ejercer el pensamiento crítico es necesario disciplina y un férreo adiestramiento que buena parte de las personas no están dispuestos a pasar pues es más fácil vivir en una docta ignorantita, sin involucrarse, sin asumir riesgos, dejándose llevar. Como dice el famoso refrán Ojos que no ven, corazón que no siente. ¿Cuál es el riesgo que ha de asumir todo aquél que quiera asumir una existencia responsable? Debemos negarnos a vivir del modo que otras personas nos quieran imponer desde el exterior. Debemos actuar siempre conforme con nuestra naturaleza racional, siguiendo nuestro propio criterio. La existencia humana es esencialmente individual: no podrás compartir tu perspectiva del mundo, ni que los demás participen de tu alegría y de tu dolor. Es manifiesto que el ser humano, como advirtió Aristóteles, es eminentemente social, y a través de la empatía puede colocarse en el lugar de los demás, pero no puede en sentido propio sentir tu gozo y tu dolor, no puede experimentar los mismos sentimientos que pueda producir a una persona un determinado evento.
¿Cuál es la verdad humana en el mundo? El máximo grado de verdad que podamos llegar a aspirar es la provisionalidad. Nada hay de eterno entre los asuntos humanos, por mucho que los pensadores del pasado abrigaron dicha esperanza o aspiraron, incluso presumieron de alcanzar. La verdad humana es constitutivamente mutable y voluble. En al punto 4 señala Nietzsche: “Toda verdad es simple.” ¿No es esto una mentira al cuadrado? La verdad humana no es una, ni fija ni inmutable, sino que debido a la finitud consustancial al ser humano ha de ser plural y cambiante. Los nominalistas de la Edad Media a través del llamado principio de economía formulaban que la verdad gustaba de expresarse mediante la simplicidad. Esta concepción nominalista tuvo un gran acogimiento por parte de los principales representes de la Revolución Científica Moderna como Galileo o Newton. Estos autores decidieron limitar el campo de la investigación científica a lo experimental y matematizable. Sobre aquello que no sea susceptible de expresión matemática y cuyos efectos no puedan comprobarse a través de la experiencia. Esto pone de manifiesto el carácter constructivo del conocimiento humano como muy bien supo expresar Kant en su Crítica de la razón pura. La realidad en sí, lo que Kant llamó la cosa en sí, permanece siempre inadmisible y vedado para el ser humano. No conocemos la realidad tal cual es sino más bien nuestra interpretación de la realidad, nuestra forma de conocerlo a priori. Por eso señala Kant el conocimiento es universal y necesario, justamente porque todos captamos el mundo a través de las mismas formas a priori de la sensibilidad y del entendimiento. Pero ¿es este tipo de conocimiento y de verdad la que interesa al ser humano alcanzar? Por supuesto que no, en la 2ª parte de la Crítica de la Razón Pura la verdad científica que el reformulaba con la cuestión ¿qué puedo saber? no era más que una de las tres cuestiones que definían su proyecto crítico de la filosofía junto ¿Qué debe hacer? y ¿Qué me cabe esperar? Finalmente todo se resume en la cuestión ¿Qué es el ser humano? Y esta última cuestión que describe la intención globalizadora de la filosofía crítica kantiana posee más un carácter práctico que teórico-científico. La verdad científica describe la realidad física pero no nos ayuda a revelar nuestra verdad más íntima ni a cómo desenvolvernos u orientarnos en el mundo. Pero ¡cuan complejo y difícil de entender es el alma humana! ¿A que verdad llegaremos cuando atendamos nuestro interior? y no me refiero al alma sino nuestras tripas. ¿Qué esperanza alcanzaremos al comprender la verdad de nuestras tripas? Allí no hallaremos ni esperanza ni rendición y parece que en este nivel estamos más próximos a la animalidad salvaje que de la naturaleza divina.
En el punto 2 señala Nietzsche Hasta el más valiente de nosotros pocas veces tiene valor para enfrentare con lo que realmente sabe…Si en nuestras tripas no hay ni eternidad ni inmortalidad, ¿qué verdad hallaremos? ¿Por qué nos suscita tanto temor el mirar dentro de nosotros? Quizás no encontremos una verdad definitiva que era la que más aspiraba alcanzar el ser humano. O quizás si. Las diversas corrientes existencialistas señalaban la primacía de la existencia sobre la esencia pues el ser humano no nace hecho sino que se va haciendo. A diferencia de cualquier ser vivo cuya existencia se encuentra determinada por el instinto de forma automática y mecánica, en el caso del ser humano se tiene que, literalmente, inventarse mediante su razón y elegir entre posibilidades. Pero ¡es tan difícil elegir aquello que nos conviene de verdad sin caer en la indecisión! Sartre llamó al ser del mundo como en-si pues estaba hecho y acabado, con una esencia definida de antemano. Por su parte el ser humano es para-si pues en sí mismo es la nada, en su esencia está recogido el tener que hacerse. Su existencia carece se sentido y por ello tiene que aventurarse y comprometerse en aquello que elija. Pero en el fondo, todo aquello que elijamos y podamos alcanzar a ser es gratuito, carente de sentido ¿Cuál es la gran tragedia del ser humano? Pues, desde el existencialismo ateo de Sartre, al afirmar que Dios no existe, se afirma que no existen unas normas supremas que sirvan de guía y de referencia para la existencia. El tema de la muerte de Dios ya aparecía en Hegel y en Nietzsche. Sin embargo, en el caso de Hegel la muerte de Dios dejaba paso a otro ente igualmente poderoso como es el Espíritu Absoluto que pretende dar cuenta racional de la realidad en su devenir. Sin embargo, en el caso de Nietzsche, la muerte de Dios tiene en el caso del ser humano unas consecuencias incluso más drásticas. Es el propio ser humano el que ha matado a Dios y se queda totalmente huérfano ante la vida, sin referente al que seguir. Quedamos solo con nosotros mismos. En la tarea de definirnos y hacernos en la vida que nos haya tocado somos nosotros los máximos responsables de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser. Esto conduce a una situación vital que Sartre identificó con la náusea. Se trata de una angustia vital ante la incertidumbre que nos provoca el que no haya caminos absolutamente válidos y verdaderos, que en el fondo todo camino por el que optemos es igualmente insignificante. La mayoría de las personas optan por una existencia inauténtica, dejar de ser el responsable y hacedor máximo de la propia vida y dejamos que esta tarea lo haga otra persona. Es una existencia mucho más cómodo en el que no nos aventuramos, no asumimos riesgos ni responsabilidades y culpamos a los demás de lo mal que nos van las cosas. Es una existencia que Nietzsche llamó como una moral de los esclavos: aquí el individuo se encuentra impotente para desarrollar un proyecto personal de vida y esto hace que en su espíritu vaya naciendo un profundo odio y resentimiento a todo aquello que se le oponga. Sartre, frente a esta existencia al que denominó mala fe pues pretende autoconvencerse de que no era libre ni, en consecuencia, responsable de lo que hacía. Sartre distinguía en segundo lugar que llamó existencia auténtica: en esta situación el sujeto asume que su esencia es justamente el tener que hacerse, que no existen normas supremas que puedan orientarnos, que en el fondo cualquier camino que elijamos es insignificante. Estamos condenados a ser libres. Ésta es la esencia del ser humano. Incluso en el caso de aquella persona que ha elegido no elegir y permanecer en la indiferencia del ostracismo, lo ha elegido él y por eso es responsable.
Más allá del carácter inacabado de todo ser humano, lo que define al ser humano es la muerte. En Así habló Zaratustra cimentó sobre esta condición de finitud su teoría moral conocido como el Eterno Retorno. Es una idea que Nietzsche asume de la filosofía presocrática pero lo que interpreta de un modo personal con la intención de instaurar la eternidad en la finitud. En principio parece defender una concepción circular del tiempo en la que toda nuestra existencia está abocada a la repetición una y otra vez. Sin embargo, el sentido que Nietzsche quiere imprimir a su concepción es moral. La razón de ello es que es necesario afirmar cada acción que llevemos a cabo en la vida, cada momento, ya sea de placer o de dolor, y quererlo de tal modo que, a su vez, quereramos su eterno retorno en el tiempo. Si queremos el eterno retorno de nuestra vida eso implica que cada momento de existencia es importante y por eso debemos esforzarnos y ser lo máximamente creativo para hacer de nuestra vida una experiencia inolvidable. Si no lo logramos debemos culparnos a nosotros mismos y a nadie más. ¿Cómo es posible que una persona llegue al punto de considerar que cada momento de su existencia es importante? Sobre todo en situaciones en las que una persona se ha encontrado muy próximo a perder algo realmente importante para su vida, o cuando ha tenido experiencias en las que ha muerto un ser querido o que haya vivido un accidente y ha sobrevivido de manera milagroso. Cuando asumimos de modo firme que el ser humano es un ser abocado para la muerte, que no existe ninguna otra alternativa la escala de valores de las personas cambia de forma irremediable y nos damos cuenta de qué cosas son importantes y cuáles no. Heidegger lo tematizó perfectamente en su obra Ser y tiempo donde definía al ser humano como Da-sein, un Ser-Ahí, abocado a la muerte. Somos tiempo de manera inevitable, en el que pasado, presente y futuro concluyen de manera inevitable. Somos pasado en la medida en que lo que hicimos repercute de manera inevitable en nuestro presente. Somos futuro en la medida en que nuestro presente se aboca hacia el futuro a modo de proyectos y de realización de posibilidades. Somos en el tiempo de manera inevitable pero sobre todo somos en el momento presente, un instante tan efímero que cuando queremos darnos cuenta ya pasó. Lo único que el ser humano tiene como certeza más segura sería el presente. El pasado ya aconteció y si su influjo llega hasta nosotros, tanto lo bueno como lo malo, es porque nosotros lo queremos así. El futuro es un ideal regulativo de la vida que siempre se proyecta que, por el contrario, nunca se hace real y efectivo. Siempre hay un mañana y un futuro. Gastamos mucho tiempo en pensar cómo de feliz será nuestra vida cuando alcancemos tal o cual objetivo, pero llegado ese momento, debido fundamentalmente a nuestra naturaleza deseosa y proyectiva, nos damos cuenta que esa felicidad era incompleta. Pues centrémonos en el presente, responsabilicémonos de nuestra vida desde este mismo instante. No culpe a los demás si no encuentras color a tu vida, sino a ti mismo.