viernes, 22 de mayo de 2020

La Filosofía Trascendental de Kant: el principio supremo de los juicios supremos y el giro copernicano del conocimiento.

Inmanuel Kant (1724-1804).
     El Principio supremo de los juicios sintéticos a priori que desarrolla Kant en su Crítica de la Razón Pura, concretamente en  A 158/ B 197 (Analítica trascendental, Libro II, capítulo 2, sección 2), se formula del siguiente modo: las condiciones de posibilidad de la experiencia son las condiciones de posibilidad de los objetos de la experiencia, de modo que las condiciones de posibilidad de la experiencia constituyen a los objetos de la experiencia que, a su vez las legitiman. En este camino de ida y vuelta entre constitución de los objetos de la experiencia y legitimación de las condiciones de posibilidad de la experiencia es donde se produce un acoplamiento entre experiencia y objeto, es decir, la objetividad o la circularidad trascendental. Kant toma los objetos como hilo conductor para indagar las condiciones de posibilidad de la experiencia es lo que denomina Kant en su Crítica de la razón pura como deducción trascendental de las categorías. A partir de esta deducción las condiciones de posibilidad de la experiencia encuentran su legitimidad en su aplicación sobre los objetos de la experiencia que constituyen. Las condiciones de posibilidad de la experiencia son, por tanto, trascendentalmente deducidas tomando como hilo conductor de la indagación los objetos constituidos. Hay que poner entre paréntesis o hacer caso omiso de aquello que carezca de justificación fenomenológica. Desde esta la filosofía trascendental no tiene sentido hablar de una cosa en sí, y en el caso de lo tuviera sólo tendría un sentido estratégico: en el caso de Kant para oponerse al racionalismo. La filosofía trascendental se da en Kant en el contexto de un Idealismo Crítico, contra el dogmatismo racionalista. No es posible un conocimiento absoluto de lo real sino sólo de los fenómenos que nos son dados a través de la experiencia. Kant es responsable en teoría del conocimiento de lo que él denomina como giro copernicano del conocimiento: son los objetos los que tienen que acomodarse a la intuición y no la intuición a los objetos. La verdad como adecuación o correspondencia consistía en que las cosas eran ya verdaderas de antemano, de modo que el sujeto debía reflejarlas. Pero todos los intentos de averiguar a priori algo de ellos mediante conceptos y ampliar nuestro conocimiento desembocan de modo necesario en el fracaso. Por ello hay que partir justamente de lo contrario, a saber, que los objetos tienen que adecuarse a nuestro conocimiento. A diferencia de lo que era el planteamiento tradicional del problema del conocimiento y de la verdad ya no se trata de que el entendimiento y el conocimiento reflejen las cosas a modo espejo, sino que es la experiencia la que ha de proponer lo que haya de ser conocido y experienciado. Aquí se encuentra la deuda que mantiene Kant con el empirismo clásico de Locke y no tanto al de Hume: la experiencia es el origen y el límite de todo conocimiento válido. No podemos pretender conocer nada que esté más allá de la experiencia. Antes incluso de que las cosas nos sean dadas, en el darse como tal de la cosa ya ha sido objetivado. No se nos puede dar algo que se encuentre más allá de las condiciones de posibilidad de la experiencia. Si consideramos la cuestión de cómo es posible el conocimiento a priori o cómo son posibles los juicios sintéticos a priori, y si al mismo tiempo tenemos en cuenta el hecho de que para Kant no es posible derivar de los datos empíricos la necesidad y la universidad estricta, resulta difícil sostener la concepción del conocimiento como adecuación del espíritu a sus objetos. Si para conocer objetos el espíritu tiene que adecuarse a ellos, y si, por otra parte, no puede hallar en esos objetos en cuanto empíricamente dados conexión necesaria alguna, se hace imposible explicar cómo podemos formar juicios necesarios y universales. Si por una parte estuviera la cosa en sí y por otra el sujeto jamás habría un entre, pues las cosas en sí están más allá del sujeto. No se trata de la relación de la cosa en sí con el sujeto psicológico, sino del objeto con el sujeto que se relaciona con el objeto.
     La revolución copernicana no quiere decir que la realidad se pueda reducir al espíritu humano y a sus ideas: el espíritu humano no crea las cosas al pensarlas sino que las cosas no pueden ser objetos de nuestro conocimiento más que en la medida en que se sometan a ciertas condiciones a priori del conocimiento puestas por el sujeto. Si el espíritu humano fuera puramente pasivo en el conocimiento no podríamos explicar el conocimiento a priori. El espíritu impone al material último de la experiencia sus propias formas cognoscitivas, determinadas por la estructura de la sensibilidad y del entendimiento humano. El objeto en cuanto dado a la experiencia consciente, el objeto acerca del cual pensamos está ya sometido a esas formas cognoscitivas que el sujeto humano le impone como por necesidad natural, por el mero hecho de ser ese sujeto lo que es, por su estructura natural de sujeto conocedor.
     Kant distinguirá entre tres facultades cognitivas en el ser humano: la sensibilidad, el entendimiento y la razón. A través de la sensibilidad nos son dados los objetos y a través del entendimiento son pensados, esto es, conocidos. Por tanto, si bien todo conocimiento arranca de la experiencia, como afirmaron los empiristas, no todo conocimiento procede exclusivamente de la experiencia pues hay un tipo de conocimiento a priori independiente de la experiencia. Las intuiciones puras del espacio y del tiempo que proceden de la facultad de la sensibilidad sólo dan la parte más inferior del conocimiento, la parte sensible. Con sólo las intuiciones de espacio y tiempo, que son independientes de la experiencia pero que se proyectan sobre ella, el campo de los fenómenos no está totalmente organizado y ordenado. Además de las intuiciones hay que contar con los conceptos puros o categorías que proceden de la facultad del entendimiento que son los que propiamente dan orden y estructuran los fenómenos de la experiencia y hacen posible el conocimiento. Por esto, el objeto en el sentido Kantiano es el fruto de la unión entre el campo de fenomenalidad básico procesado por la intuición y, por otra parte, la categorización o conceptualización de ese campo de experiencia que hace posible el objeto. El conocimiento y los objetos en sentido estricto son el fruto de la colaboración entre el campo de fenómenos que proporciona la intuición sensible y, por otra parte la categorización de ese campo de fenómenos. La sensibilidad y el entendimiento cooperan para constituir la experiencia y para determinar los objetos en cuanto objetos, aunque sus respectivas aportaciones sean distinguibles. Habría un momento de donación pura y dos niveles de principios a priori. El primer nivel a priori intuitivo-sensible es la proyección de las intuiciones puras del espacio y el tiempo y, en segundo lugar la proyección del nivel a priori conceptual, las categorías puras del entendimiento. La función de los conceptos puros o categorías del entendimiento consiste en sintetizar los datos de la intuición sensible. El planteamiento de Kant es una síntesis entre racionalismo y empirismo: se critica al empirismo en la medida en que defiende que no hay sólo conocimiento sensible sino también a priori, es decir, una constitución a priori de los objetos. Pero critica al racionalismo cuando dice que no sólo hay conocimiento a priori sino que éste debe proyectarse sobre lo sensible. Si Kant se hubiera inclinado sobre la tesis de que el conocimiento a priori tiene validez independientemente a que se pueda proyectar sobre los sentidos habría sido racionalista. Por el contrario, si Kant hubiera considerado que nuestro conocimiento procede exclusivamente de lo sensible, habría sido empirista. En conclusión, el conocimiento, según Kant, procede de lo sensible, pero es aprióricamente categorizado. Las condiciones de posibilidad de la experiencia no son empíricas sino trascendentales. Supongamos, por ejemplo, la estrella más alejada del universo que podría ser vista, aunque empíricamente no pueda ser vista. Si se diesen las condiciones de posibilidad empíricas adecuadas para conocerla la podríamos ver, pues, en este caso, se produciría un perfecto acoplamiento entre condiciones de posibilidad de la experiencia y los objetos de la experiencia. El alma, por su parte, no podría acoplarse a la sensibilidad externa sino interna, a la autopercepción del sujeto. Por tanto, el alma no es que sea no vista, como en el caso de la estrella más lejana, sino que no sería visible. La estrella más lejana si sería visible pues se produciría un acoplamiento entre el objeto y las condiciones de posibilidad, mientras que en el caso del alma no sería posible. Un microbio puede ser visible, de modo que su visibilidad no depende del carácter empírico del microscopio. El microscopio sería una condición empírica de posibilidad pero no condición trascendental. La condición trascendental de la visibilidad del microbio reside en que el microbio sea visible y será visible cuando sea un ente físico que se acople a la visibilidad.