Mi querida abuela, eras como una luz que
iluminaba este mundo hasta ese día en que tu corazón se apagó y te marchaste
para siempre. Te fuiste lentamente, casi sin avisar. Tenías un corazón
demasiado grande para este mundo. Quiero que estas palabras lleguen a ti porque
no te hablo yo sino mi corazón. Sé, que ni siquiera habría sido necesario
escribir estas palabras porque tú con una simple mirada ya adivinaba todo lo
que acontecía en mí interior.
Te fuiste tal día como hoy de hace pocos
años debido a esa maldita enfermedad que tanto odié, y que poco a poco te fue
mermando hasta lograr privar a tus seres queridos de la luz que irradiaba tu
presencia. Recuerdo la última vez que te
vi. Era finales de agosto y, como era habitual en mí, antes de incorporarme a mi
centro de trabajo en Septiembre fui a tu casa para despedirme de ti. Me despedí
de ti con un beso y un fuerte abrazo, como solía hacerlo siempre. Sin embargo, ¿Sabes
mi muy querida abuela que supe en ese momento que ya no te volvería a ver más?
Tuve ese presentimiento, como un pensamiento claro y preciso, no como una mera
intuición u ocurrencia sino como una certeza absoluta e indudable. Debido al
desarrollo de esa maldita enfermedad que tenías permaneciste impasible sin
articular palabra. ¡Cuánto me habría gustado decirte en ese momento lo
importante que fuiste en mi vida y que yo no quería que te marcharas nunca!
Cuando cogía el autobús lo pensé detenidamente de nuevo e incluso tuve la
tentación de bajarme para volver a verte y decirte lo mucho que te había
querido y que siempre fuiste el mejor ejemplo que tuve en vida. Pero no lo
hice. Ese pensamiento me abandonó y como ocurre siempre, me sumergí en la
vorágine de la vida y en sus rutinas y continúe mi camino. Hasta que tal día
como hoy de hace pocos años mi madre me llamó para decirme que te habías ido.
De verdad querida abuela, desde que te fuiste el mundo se convirtió en un lugar
menos humano, más oscuro, triste y sombrío, perdiendo gran parte de su encanto.
Y no puede ser para menos, porque sin ti el mundo ha perdido esa sonrisa tan
tuya que irradiaba de vida y de luz todo lo que te rodeaba.
Querida abuela, eras una persona
discreta, valiente, luchadora y cuando tenías un problema te lo guardabas para
ti y no querías que ninguno de tus seres queridos se enteraran para evitarles
cualquier sufrimiento.
Ya sé mi querida abuela que todos nos
vamos tarde o temprano de este mundo, pero es ¡tan difícil de aceptar que
una persona tan maravillosa como tú se marchara! Pedí un permiso y volví a
casa. No fui a tu funeral porque me negaba a verte sin vida. Para mí hubiera
sido un dolor muy fuerte e inasumible.
Además, en estas ocasiones siempre aparecen las personas que en los
momentos importantes no estuvieron presentes, personas a los que apenas tuve
contacto en mi vida cotidiana y que ni siquiera conocía. No soy partícipe de
esa hipocresía. Creen que asistiendo a tu funeral ya te pueden mirar por encima
del hombro sobre una falsa autoridad moral. Son como las ratas que abandonan el
barco cuando éste se va hundiendo. Para mí no significan nada.
Querida abuela, mucha gente cuando habla
sobre las personas que no están suelen hacerlo con cierta condescendencia
moral. Piensan ingenuamente cuán afortunados son porque siguen con vida y
sienten lástima por los que se fueron porque el proyecto de su vida quedó
truncado. Pero se equivocan de manera irremediable, en el fondo todos somos
igualmente víctimas ya que todos morimos, unos antes y otros después porque el
paso de tiempo es inexorable. Nuestras vidas son los ríos que van a dar en
el mar, que es el morir, señalaba Jorge Manrique. En el fondo, todos somos
una misma persona, elementos de un mismo ser al que retornamos finalmente.
En mi caso, siento mayor admiración por aquellas personas que no están porque
han dado ese paso hacia la muerte que ninguno de los vivos pueden dar y que a
todos genera miedo, incertidumbre o desasosiego. La muerte supone el cierre
definitivo de todas las aspiraciones o metas que pudiéramos tener, pero hay que
aceptarlo. ¿Cómo si no podremos darnos cuenta del milagro que supone la
vida? ¿Cómo si no podemos apreciar la llegada de la primavera y del verano sin
antes no hemos pasado por un largo y frío invierno?
¿Cómo me ha ido la vida desde que te
fuiste?
Me ha ido bien porque siempre luché por aquello en lo que creía y que
consideraba correcto y me importaba. Poco me importaba lo que otros pudieran
decir de mí o criticar pues para mí ellos son nada. También puedo decirte que
soy muy feliz pero esa felicidad nunca podrá ser completa cuando tú no puedes
ser partícipe de ella. Ha llegado un momento en la vida en la que soy joven
pero también he vivido mucho y tengo algunas cicatrices en el alma que me
acompañarán siempre. Si he tenido problemas en mi vida siempre los he entendido
como pruebas cuya superación me han ayudado a mejorar. Quizás haya perdido un
poco de esa fuerza vital propia de los jóvenes ingenuos. Cuando empiezas a
abrirte camino por la vida tienes una fuerza sobrenatural que haces que luches
por todo y contra todos y te rebeles contra aquello que consideras injusto. Y
si a esto se le une el orgullo de la juventud, algo que siempre me ha
caracterizado, la vida puede darte fuertes golpes. Pero no por ello has de
desistir sino que es necesario seguir adelante. Lo importante no son las veces
que caes a la lona, diría un boxeador, sino las veces que te levantes. En este momento de mi vida se caracteriza por
la calma y el sosiego, ambos necesarios para ser feliz, para disfrutar de una
vida plena y vivir cada momento como si fuera el último. He encontrado mi lugar
en el mundo, pero, cómo bien me decías de niño, eso nunca fue tarea sencilla.
Uno aprende que en la vida nada permanece igual en el tiempo y ese elemento de
descontrol y arbitrariedad hay que asumirlo. Aprenderlo me ha costado muchas decepciones,
además de lágrimas amargas. Como decía Nietzsche, lo que no nos mata nos hace
más fuerte.
¡Cuán necesario es tener en la vida buenos
maestros y referentes que te sirvan de ejemplo! Y yo tuve el
mejor ejemplo de todos: tú. Sin embargo,
a medida que avanza mi vida y se incrementa mi experiencia, uno aprende,
querida abuela, que llega un momento en el que los referentes dejan de ser
estrictamente necesarios porque tú mismo eres ya un referente para otras
personas. Es cierto también que nunca dejamos de aprender. Pero cuando te
conviertes en referente de las personas que más quieres es necesario tener buen
temple, tranquilidad y calma, aunque interiormente la situación sea de miedo o
incertidumbre. Cuando eres más joven y no tienes nada que perder no puedes
darte cuenta de ello. Y sí la vida me ha hecho daño, como dije más arriba,
siempre lo he entendido como un paso más dentro de mi aprendizaje vital. Pero
ningún dolor será suficiente para que mis seres queridos dejen de ser felices. ¡Cuánto
me habría gustado que hubieses conocido a las nuevas personas que han ido
incorporándose a mi vida y a mi familia!
Querida abuela, en mi vida han aparecido
gentes de todo tipo: gentes que me han aportado mucho, gentes totalmente
indiferentes, personas que me han hecho daño, y que me arrepiento mucho de
haber estado con ellos, o personas que simplemente te han fallado en momentos
claves de la vida. Pienso que nadie puede sentirse decepcionado ante nadie,
sólo aquél que espera algo de alguien puede sentirse decepcionado. En el fondo,
el mundo es como es y sucede como sucede. No puede ser como nos gustaría que
fuese. Tú me enseñaste, al modo del ejemplo que me diste en vida, a dar sin
esperar nada a cambio. ¡Cuánta hipocresía hay en el mundo! ¿Verdad,
querida abuela? Hay muchos que dan con la firme intención de que en el
futuro en situaciones parecidas se les dé en la misma medida. Pero el mundo no
funciona así y las personas hacen lo que quieren hacer. Tú sólo puedes
controlar los límites de tu cuerpo y las decisiones que tomes en cada
momento. Es estúpido esperar algo de
alguien, aunque sea de la persona más querida que te puedas encontrar.
¿Recuerdas abuela como me encantaba
llamarte Alegría?
Te llamaba así porque estabas hecha de puro amor e irradiabas de luz y color
por donde ibas pisando. Eras de esas personas que dejan huella en la vida y
permanecen en el recuerdo de todos. De
entre las muchas virtudes que tenías, había una importante: hacías mejores a
los demás. Pienso que aquellas personas que pasan por la vida sin hacer mejor a
la gente que le rodea, ¿de qué les vale? Viven una vida de engaño y
apariencia. Sin embargo, querida abuela, dejabas la sensación de que cuando
estás contigo las cosas sólo saldrían bien.
Gracias querida abuela por ser un
ejemplo para todos a lo largo de tu maravillosa vida, y para mí de manera
particular. Te sacrificaste por los demás y diste sin esperar nada a cambio
sino por pura gratitud y amor. Y es eso, precisamente lo que hace que una vida
sea digna de ser vivida. ¡Si yo te dijera, querida abuela, la gente que hay
en este mundo que intenta aprovecharse de los demás de manera ingrata! Gracias abuela por ayudar a mis padres en todo tipo de situaciones, por ayudarme a encontrar mi lugar en este mundo, por apoyarme y estar siempre cuando te
necesité y por, sobre todo, quererme tanto.
Desde hace mucho tiempo tenía la ilusión
de volver a verte en el lugar donde descansas. ¡Y no te creas que fue fácil
para mí! En primer lugar, porque
cuando un ser tan querido, como ocurre contigo, se nos va, todo recuerdo de
felicidad que tuvimos con ella se nos aparece como trágicamente doloroso.
Después de varios años sí que tuve el valor necesario para ir. Cuando llegué a
ese lugar, no tenía ninguna referencia para encontrarte. Había tantas lapidas
que cualquier otra persona se habría dado por vencido, pero yo no. Había en mí
una fuerza interior que me llevaba hacia ti. Y allí estabas, junto a mi abuelo.
¿Sabes que fue lo primero que hice? Me fijé inmediatamente en las
lápidas próximas a la tuya para saber quiénes estaban allí. Y sinceramente,
esos difuntos me parecieron que fueron buenas personas en vida. Encontré la
calma y la tranquilidad. Y me hizo ver, además, la futilidad de la vida. ¡Cómo
nos preocupamos por cosas que no tienen importancia! ¡Cuántas veces nos
enfadamos con nuestros seres más queridos por simples malentendidos! No nos
damos cuenta de la condición trágica de la vida, que todos tenemos, antes o
después fecha de caducidad lo queramos reconocer o no. Y sólo entonces nuestra
vida cobra verdadero sentido pues ya estamos en condiciones de valorar lo
importante de lo que no lo es.
En la vida, desde que nacemos, como dije
antes, poco a poco van muriendo todos, es una ley de la naturaleza. No podemos
luchar contra eso. Sin embargo, en el fondo no acabamos de morir completamente.
Puede ser que físicamente dejemos de existir,
pero siempre vivimos a partir del recuerdo y el ejemplo que dimos en
vida. Hay momentos en la vida que siempre permanecerán hasta la eternidad,
momentos especiales que parece como si se detuviese el tiempo y que permanecen.
¿Recuerdas querida abuela cuánto me gustaba ir a tu casa a estudiar cuando
era alumno en el instituto y en la universidad? Tú, mi querida abuela,
realmente siempre vivirás en el corazón de las personas que tanto te quisieron.
Puedo decirte, querida abuela, que
tuviste los hijos más maravillosos que una madre pudiera tener. Sé que estás
muy orgullosa de todos ellos, cada uno recorrió su propio camino en la vida.
Tuviste el mejor marido que una mujer pudo tener, mi querido y añorado abuelo,
que tanto te quiso. Estoy seguro que tu amado hijo Luis ya se reunió contigo y
con abuelo en algún lugar del firmamento. Sé lo mucho que le querías. Me lo
imagino después de venir de EEUU fundiéndose en un abrazo contigo y con abuelo,
en un momento que aunque durara pocos segundos fue eterno. Ahora los tres
estáis juntos en un algún lugar, y ese pensamiento me colma de felicidad.
Respecto a mí, puedo decirte que seguramente habrá nietos mucho mejores que yo
en este mundo, pero ninguno de ellos habrá tenido una abuela como la que yo
tuve.
Sé que volveremos a vernos algún día,
precisamente ese día en el que todos seamos uno. Es el destino de las personas
que tanto se quisieron en la vida. Alcanzamos la inmortalidad mediante las
acciones que realizamos en la vida y cuyo recuerdo permanece en la memoria de
todos. Tu legado nunca morirá y el ejemplo que nos distéis en vida permanecerá
para siempre. Tu presencia no solo nos hizo mejores sino que también hiciste
del mundo un lugar mejor. Ahora vives dentro de mí, abuela mía.. Me has
acompañado durante todos estos años en todos los lugares en los que he estado.
Gracias por haber existido amada abuela. Nunca te olvidaré.