viernes, 17 de abril de 2020

La inteligencia emocional según Daniel Goleman.

Daniel Goleman.
La mayoría de las personas entienden que el éxito en la vida depende del coeficiente intelectual, es decir, cuando más racionales seamos más felices seremos. Aristóteles ya nos definía como animal racional, como si la dimensión afectiva y emocional fuera algo muy secundario en la definición de nuestro ser. ¿Hasta qué punto es esto verdad?
Las emociones y afectos inciden esencialmente en cualquier tipo de decisiones que podamos llevar a cabo porque no solamente somos racionales. El dominio de la inteligencia emocional es imprescindible para desarrollarnos como personas en su sentido pleno. Sólo así será uno capaz de mejorar nuestras relaciones sociales, realización profesional y bienestar físico en su máximo apogeo. La inteligencia emocional es una capacidad que todo ser humano posee y puede desarrollar con esfuerzo y disciplina. El ser humano es una realidad que hay que entender como una totalidad donde su dimensión afectiva y racional interaccionan de manera inevitable. Cuando enfermamos, nos resulta complicado pensar porque la parte corporal afecta a la parte mental. Igualmente cuando estamos tristes o estamos deprimidos acaba provocando efectos a nivel corporal.
Autores como Howard Gardner estudiaron a las personas con éxito en los diversos ámbitos profesionales. Todas ellas tienen en común el desarrollo de la inteligencia emocional. Son personas que se relacionan muy bien con ellas mismas y con los demás. Gardner desarrollaría la teoría de las inteligencias múltiples que enseña que no existe un único tipo de inteligencia que determine por completo nuestro proyecto vital sino que hay un conjunto amplio de disciplinas tan dispares como la inteligencia lógica-matemática, la lingüística, la naturalista o la musical. Concretamente, la inteligencia emocional puede entenderse como la suma de la inteligencia intrapersonal (consiste en ser dueño de las emociones de uno mismo) y la interpersonal (que consiste en discernir y en responder convenientemente en las relaciones con los demás.). Todo ello ha de contribuir a maximizar nuestra calidad de vida a todos los niveles. Esta tarea no corresponde solamente a la lógica-matemática pues que ésta por sí sola no puede elegir aspectos tan determinantes como qué actividad laboral desempeñar o con quién se inicia una relación efectiva. Sabemos que aquellas personas que más han destacado en el instituto o en la facultad no son necesariamente exitosos ni más felices o productivos en comparación con los que no destacaron por encima de la media.
¿Es la inteligencia emocional más importante que la racional? No podemos llegar a esa conclusión pues ambas son instancias que se encuentran en una permanente relación de retroalimentación. La inteligencia racional es aquélla que adquirimos desde nuestra minoría de edad en las escuelas y se relaciona con el cálculo, el razonamiento, la memoria, la agilidad mental o conocimientos generales. Pero aún siendo necesaria, este tipo de inteligencia no nos va a permitir de manera exclusiva ser una persona feliz o exitosa. La inteligencia emocional, por su parte, tiene una serie de componentes que resultan básicos que se pueden ir adquiriendo mediante disciplina y voluntad.
Las emociones revelan mucho de nuestra personalidad y su conocimiento hace que seamos personas más conscientes de nosotros mismos. Justamente, una de sus funciones más importantes es su valor de señal. Si prestamos atención a la posición, los rasgos o expresiones faciales, el lenguaje de los gestos y la expresión vocal de quienes nos rodean podemos acceder a sus estados emocionales. Pero también cumplen una función adaptativa en la medida que motiva al organismo a desarrollar conductas que contribuyen a su supervivencia.
La psicología humanista de Carl Rogers y Abraham Maslow ya consideraba que el ser humano es valioso por sí mismo, constructivo y digno de confianza, experimenta de manera subjetiva pues no hay una única verdad. La motivación máxima es la autorrealización, que somos capaces de elegir libremente. Queremos desarrollar nuestro potencial y talento. ¿Cómo sería una educación basado en un modelo cuyo fin sería alcanzar la excelencia de cada persona? Sin lugar a dudas sería mucho más estimulante. Desarrollaríamos de manera plena todo aquello que somos sin que permitamos que nuestras emociones dirijan nuestras decisiones. Cuando tomamos decisiones, es manifiesto que nuestros valores y nuestras creencias acaban influyendo inevitablemente en aquellas decisiones que tomemos.
Peter Salovey y John Mayer comienzan a estudiar y señalaron una serie de competencias que daban bienestar y éxito a las personas. Daniel Goleman, que se encargaría de popularizar el término de inteligencia emocional, recoge toda esta información en una conocidísima obra llamada Inteligencia Emocional.
¿Qué es la inteligencia emocional? Más allá de lo que puedan medir los tests, existe una inteligencia práctica, más intuitiva y vinculada a reacciones emotivas y no al coeficiente intelectual. La inteligencia emocional implica que, entre todas las respuestas emocionales que se encuentran a disposición del individuo se elija la más apropiada en relación al estímulo externo en cuestión, es decir, la más adaptativa.
La primera parte del libro Inteligencia Emocional trata sobre los descubrimientos realizados en torno a la estructura del cerebro aportando una explicación a esas situaciones en las que aparentemente nuestra razón queda superada y rebasada por las emociones adversas. Tenemos que lidiar con las emociones de manera inevitable pues el ser humano, lo quiera o no, está programado para actuar en base a sus emociones.
La teoría de los tres cerebros de Paul MacLean, sostiene que el cerebro es un órgano sumamente complejo que se divide en varias regiones con sus propias lógicas de funcionamiento y que desempeñan funciones específicas. Sin embargo, la neurociencia y la biología evolutiva entienden hoy en día que no importante tanto las actividades concretas que realiza cada una de estas partes por sí solas sino cómo están interconectadas para trabajar en conjunto y en tiempo real.
El sistema reptiliano es el tallo encefálico y es una zona del sistema nervioso que se encarga de poner en marcha pautas o patrones que están  programados de forma genética ante un estímulo determinado. Controla tipos de conductas muy simples e instintivos para garantiza la supervivencia básica: agresividad, dominación, territorialidad o miedo. Son conductas predecibles que el ser humano tiene en común con animales vertebrados. Los centros más antiguos de la vida emocional parten del lóbulo olfatorio. El olfato era para nuestros ancestros un órgano sensorial sumamente importante para su supervivencia pues es el criterio utilizado para elegir alimentos y pareja.
El sistema límbico permitió añadir dos instrumentos fundamentales como son el aprendizaje y la memoria. Se ocupa de la aparición de las emociones asociadas a cada una de las experiencias que vivimos: la evasión de sensaciones desagradables como el dolor y la atracción hacia emociones agradables como el placer. Por ejemplo, cuando una persona asiste por primera vez a un dentista puede establece un nexo de unión entre dentista y dolor y que se guardará en el hipocampo.
Por último, pero no menos importante, el sistema cortical o neocórtex es el responsable del pensamiento avanzado, la razón, el habla, la planificación, la abstracción, la percepción, comprender lo que nos sucede, coordinar los movimientos y lo que en general se denomina funciones superiores.  
El hecho de que la parte emocional de nuestro cerebro sea muy anterior a la parte racional pone de manifiesto la importancia de las relaciones existentes entre el pensamiento y el sentimiento.  No podemos elegir libremente cuál de estos tres ámbitos se activa.
¿El cerebro racional delega en el emocional en ciertas ocasiones? Si. El sistema límbico puede llegar a tomar decisiones antes incluso de que la parte racional del cerebro sepa con claridad lo que está sucediendo.  Cuando nos percatamos de un estímulo externo, el cerebro activa en los 200 primeros milisegundos tanto el sistema límbico como el reptiliano mediante una serie de neurotransmisores que dan lugar a la composición global de nuestra forma de procesar. A continuación el sistema cortical se activa a los 800 milisegundos. La amígdala se encuentra en el sistema límbico y constituye un sistema de vigilancia  pues se encarga de activar la secreción de noradrenalina, una hormona que pone al cerebro en estado de alerta. Esto significa que la amígdala puede comenzar a responder antes de que el neocórtex pondere la información y elabore una respuesta.  Tradicionalmente se había considerado que era el noecórtex el que enviaba señales al sistema límbico y de ahí al resto del cuerpo. Si el individuo tiene la capacidad para frenar este impulso emocional mediante una sustitución emocional más adecuada para la situación, entonces actuará en base a lo que quiere de manera consciente. En caso contrario, si el sujeto no ha logrado activar la cognición o lo ha activado muy poco para resolver el problema, las emociones se apoderarán de él para tomar las decisiones. Cuanto más intensa sea una emoción o menos entrenado esté el sujeto, más poder ejercerá ésta sobre nuestra mente ya que la parte emocional, tanto límbica como reptiliana , es susceptible de ser asaltada para dar una respuesta intuitiva y veloz antes de que la parte racional se pare a pensar sobre si la acción está bien o mal.
La parte racional y emocional de nuestro cerebro trabajan simultáneamente, requieren de una participación conjunta. Si las emociones dominan a la voluntad, el neocórtex justifica lo que el sistema reptiliano y límbico ya han decidido. De lo contrario, el neocórtex transforma una vieja sensación otra nueva pero no la elimina.
La segunda parte del libro Inteligencia Emocional desarrolla los componentes fundamentales de la inteligencia emocional. La inteligencia emocional es la capacidad para percibir las emociones propias y las de los demás y distinguir entre ellos. De este modo podemos servirnos de esa información para hallar el pensamiento de uno mismo. Sin embargo, en la práctica no es nada sencillo pues no siempre nos tomamos nuestro tiempo para identificar esa emoción que nos pueda afectar ni nos esforzamos para poder ejercer un control sobre él.
Hay cinco esferas o competencias que aglutinan a toda la inteligencia emocional: autoconocimiento, autorregulación (la forma en que gestionamos y regulamos nuestras emociones), automotivación (fuentes y actitudes internas que nos va a permitir automotivarnos), que corresponderían a la inteligencia interpersonal o la relación que uno tiene con uno mismo; la empatía (capacidad para identificar las emociones de los demás)y el manejo de las relaciones sociales, pertenecen a la esfera de la inteligencia interpersonal o relación con los demás.
¿Qué es lo que define a una persona que sea emocionalmente inteligente?
Las dos primeras facultades, el autoconocimiento y el manejo emocional se encuentran íntimamente relacionadas. De hecho, hay autores que agrupan ambos términos en una sola palabra: metacognición. La metacognición es la capacidad para conocerse uno mismo e interpretar las emociones para actuar correctamente.

La autoconciencia es la toma de conciencia acerca de nuestro estado anímico y de nuestros pensamientos acerca de ese estado anímico, es decir, la habilidad para reconocer nuestras propias emociones. Somos seres emocionales desde que nacemos, y no solo estrictamente racionales. Cuando somos pequeños y sentíamos un malestar llorábamos para informar de nuestra situación a los que nos rodeaban. Si no sabemos reconocer estas emociones sino que las reprimimos enfermaremos de manera inevitable: problemas digestivos, insonmio… Saber reconocer una emoción en cuanto aparece es fundamental para la introspección psicológica y la comprensión de uno mismo. Nos permite tomar decisiones personales con acierto y dirigir nuestra propia vida. Cuando al modo socrático somos capaces de conocernos a nosotros mismos tenemos mucha más capacidad para desarrollar el potencial o talento que tenemos de manera natural.  
Las emociones, a diferencia de los sentimientos, son instantáneas, no se puede controlar, pues ocurren de manera automática a partir de un estímulo.  Una emoción nos avisa de cosas que nos está afectando desde el exterior, por ejemplo, cuando nos asalta el miedo ante una situación concreta de la vida.
Hay que diferenciar entre una emoción y un sentimiento. De manera intuitiva, la diferencia entre emoción y sentimiento es precisamente el tiempo: la emoción es inmediata y el sentimiento puede prolongarse indefinidamente en el tiempo. Por ejemplo, la emoción de tristeza si persiste en el tiempo entonces se transformará en un sentimiento de melancolía o de depresión. El sentimiento que posee una persona es una construcción que se deriva de nuestro modo de interpretar la realidad.
Tras reconocer y clasificar las emociones que podamos sentir, la clave es controlar esos impulsos viscerales que pudieran dar lugar una respuesta demasiada precipitada o que imposibilite la actuación. Esto se llama es el manejo emocional: la capacidad para controlar las propias emociones. Una persona emocionalmente inteligente sabe controlar su irritabilidad, su ansiedad, sabe relajarse o que la tristeza no le envuelva de manera permanente. Son capacidades que nos ayudan a superar momentos y circunstancias difíciles en la vida.  Hay que reaccionar con determinación, templanza y sobriedad, no juzgar de antemano los hechos a partir de lo que sentimos inmediatamente. Hay hijos muy diferentes que han sido criados por los mismos padres. Una persona enfadada puede reaccionar con violencia en su relación con los demás. A través de la inteligencia emocional podemos actuar de manera adecuada en situaciones que podrían sobrepasarnos. Tanto retroalimentar as emociones en exceso como ignorarlas por completo son dos escenarios que hay que evitar a toda costa.  Como dice Aristóteles la clave consiste en utilizar las emociones según las circunstancias. No podemos elegir las emociones pero sí el modo en que interpretamos eso que sentimos. El problema no es tanto la naturaleza de la emoción sino el control que podamos ejercer sobre las mismas. En sentido propio no hay emociones positivas o negativas sino emociones bien o mal gestionadas. Unas veces la mejor manera de gestionar una emoción es contemplándola simplemente porque son temporales, no permanecen de manera infinita. Una misma situación concreta puede tener varias soluciones válidas. No hay respuestas universales sino que el sujeto ha de ser creativo. El miedo es una emoción que surge a partir de la desproporción existente entre los recursos que tenemos y la situación en la que nos encontramos. Un alumno que tiene que informar  a sus padres sobre sus nefastas notas, seguramente le asaltará el miedo. La respuesta automática ante el miedo es doble: o nos paralizamos o nos movilizamos. Sin embargo, si ese alumno está entrenado en inteligencia emocional seguramente sabrá afrontar  con éxito la situación: sabrá reconocer ante sus padres no haber trabajado lo necesario, planteará distintas soluciones para superar la situación…  El enfado nos lleva al ataque o a la defensa. Nos enfadamos cuando entendemos que nuestros derechos han sido vulnerados. El enfado conlleva muchas reacciones. Por ejemplo, cuando el estudiante entiende que la nota obtenida en el examen no corresponde con nuestro mérito. Si tenemos inteligencia emocional reconocemos nuestro enfado, nos tranquilizamos, respiramos. Nos hablamos interiormente tratando de convencernos de que la situación no es tan negativa como pensábamos inicialmente.  La tristeza nos prepara para superar una ausencia. Nos entristecemos ante algún tipo de pérdida: puede aparecer ante la pérdida de un ser querido, la pérdida de una pareja, la pérdida del trabajo… La gente siempre nos aconseja que no lloremos. Pero realmente, si una persona está triste porque está atravesando un momento de pérdida es necesario que llore. Ese desahogo mediante el lloro ayuda al cuerpo. Eso es inteligencia emocional y esta tristeza nos está ayudando para superar esa situación. 
La automotivación es la capacidad para utilizar nuestras propias emociones para conseguir la meta que deseamos. Esta habilidad es crucial para obtener un alto rendimiento en tareas que exigen mucho empeño y sacrificio. No llegaremos a ningún sitio sin entusiasmo, optimismo o perseverancia. Aplazar una gratificación, mantener la atención y la conducta hacia una dirección, subordinando la vida emocional a un objetivo, mejora nuestro rendimiento y eficacia. De acuerdo con lo que afirmamos más arriba, aquellas personas que tienen autoncontrol poseen igualmente la capacidad para posponer la gratificación a corto plazo. Una persona que comprenda que lo mejor llega después del esfuerzo, no antes o ahora, tiene las bases de la motivación asentadas. Son capaces de postergar una gratificación o un momento placentero gozan de una mayor salud, disponen de un mayor equilibrio emocional o calificaciones más altas en comparación con aquéllos que no se pueden contener. Por ello, tener una autoestima saludable implica sentirnos bien con nosotros mismos y poder establecer relaciones buenas con los demás. Una persona con una baja autoestima ante un fracaso se hunde. La inteligencia emocional nos enseña que vivamos ese fracaso, y después empecemos otra vez pero con fuerza y confianza.
Otro elemento de la inteligencia emocional es la empatía: es el reconocimiento de las emociones ajenas, el ser capaces de ponernos en el lugar de los demás. La empatía es la capacidad de ponerse en el lugar del otro para comprender lo que siente. Pero no se trata simplemente de identificar las emociones ajenas de forma analítica y objetiva sino que también hay que ponerse en su lugar para comprender por qué siente lo que siente.  La capacidad para ponerse en el lugar de los demás no significa que tengamos que compartir sus opiniones, ni estar de acuerdo con su manera de vivir e interpretar la realidad o asumir sus problemas. Si nuestro compañero de trabajo es habitualmente una persona alegre y hoy viene cabizbajo, una persona empática le preguntará, escuchará y entenderá sus problemas pero no los hace propios.
Cada uno de nosotros somos en cierta medida responsable de cómo encaminamos los sentimientos de las personas con las que interactuamos, ya sea a nivel positivo o negativo. Es posible compartir las emociones mediante un mecanismo de contagio emocional. Expresar una conducta asociado a una emoción concreta delante de un agente externo desencadena una transmisión de dicho comportamiento hacia él. Es decir, no sólo hablamos de emociones sino de una sincronización de las expresiones, vocalizaciones, posturas, movimientos entre miembros de la misma especie. Basta con ver una emoción o un patrón conductal en otra persona para que se evoque hasta cierto punto el mismo estado en nosotros. A pesar de que genéticamente todos los miembros de nuestra especie estemos preparados para ser partícipes de ese contagio, hay personas que tienen mayor capacidad para transmitir emociones o de contagiarse por los demás. ¿Qué ocurre cuando dos individuos portan emociones totalmente opuestas? Es la ley del más fuerte. El principio de la realidad dominante estipula que la persona con las creencias más fuertes y mayor intensidad emocional será la que impondrá su actitud, comportamiento y estado anímico a la otra persona.
Por último, una persona con inteligencia emocional ejerce un control de las relaciones interpersonales donde entran en juego nuestras emociones y las de los demás. El control de las mismas supone la habilidad para relacionarnos adecuadamente y el éxito social, características de las personas que gozan de popularidad y mantienen posiciones de liderazgo. Tener inteligencia emocional no implica quedar bien con los demás. Si nos encontramos enfadado o irritado le podemos pedir a una persona que nos deje unos minutos para que se nos pase y no fingir una sonrisa. Hay que ser congruentes con nosotros mismos, con lo que pienso, con lo que creo y cómo actúo. Una clave importante es la asertividad: consiste en un punto medio entre la pasividad propia de una persona que prefiere callarse para no tener conflictos y el extremo de una persona que puede ser agresiva. Si estamos en la cola del supermercado y de repente uno se pone el primero sin esperar su turno, una persona pasiva se callaría. Otra persona con carácter más enfadadiza seguramente reaccionaría violentamente mediante insultos. Una persona asertiva es aquélla que es capaz de decir aquello que molesta de forma y momento concreto. La palabra clave que define la asertividad es la firmeza: una persona asertiva dice con firmeza lo que piensa.
Hemos de ser el protagonista de nuestra vida, y para ello hemos de elegir aquellas conductas que nos ayuden a alcanzar nuestros objetivos. Para ello es preciso identificar,  analizar y controlar nuestras emociones y sentimientos tanto en el trato con uno mismo como en el trato con los demás.  Vivimos apoyado muy firmemente en aquello que creemos. Si vivimos instalados en la creencia de que somos unos negados ante las matemáticas, esto provocará que nos sintamos muy incapaces. Sin embargo, no deja de ser una creencia que puede ser cambiada con esfuerzo y disciplina. Somos nosotros los que debemos elegir los distintos aspectos de nuestra vida, no los demás. Hay que desarrollar aquellas herramientas que nos permita alcanzar un objetivo: empatía, técnicas de autorregulación, el optimismo, el humor, la disidencia, la creatividad. Te tienes que comprometer para llevar a cabo aquello que nos hemos prometido. El compromiso es una clave fundamental para poder desarrollarnos emocionalmente de una manera inteligente. Cuando nos prometemos algo que luego no cumplimos pagamos una factura emocional porque sentimos que no nos estamos respetando. Si no somos capaces de comprometernos con nosotros mismos difícilmente podremos comprometernos con los demás. Igualmente hay que ser honestos: actuar de acuerdo con lo que se piensa y se siente siguiendo las normas aceptadas. Para ser honestos con los otros hay que empezar siendo honestos con nosotros mismos. Si estamos mal hay que identificarlo y reconocerlo, no simplemente taparlo. Así vamos generando un hilo conductor entre lo que pensamos, lo que sentimos y lo que hacemos.
¿Qué beneficios tiene el desarrollar la inteligencia emocional? La inteligencia emocional afecta a la persona considerada como un todo. Procura beneficios a la salud. Las emociones generan diversas reacciones químicas en nuestro organismo, el cortisol, por ejemplo, nace en nosotros después de un gran enfado, después de una situación de estrés y provoca que no podamos dormir. Nos genera automotivacion porque nos deja de ser dependientes de la opinión de los demás y sentimos que somos los verdaderos artífices de nuestra vida. Si cada día todos tuviéramos una meta que cumplir de forma consciente estaríamos mucho más felices porque la sensación de logro es grande. Nos permite comunicarnos con los demás de forma asertiva, empática, práctica escucha activa. En definitiva, nos permite ser felices, que es de lo que se trata.