Fotograma de la película Arrugas (1911). |
Parecen que sólo llegan a importar cuando dejan de pagar las facturas, pero
como ocurre que muchos de ellos tienen esos gastos domiciliados en cuentas
bancarios, siguen pagando fielmente cada mes, incluso después de muerto. O
también por temas de herencia, ¡cómo
cambian de actitud aquellos hipócritas herederos con respecto al anciano del
que puede recibir la herencia! ¿Por qué la gente sólo parece tener compasión y
empatía con aquéllos que espera recibir algo a cambio?
¡Cómo les gusta realizar encendidos
homenajes a estas personas cuando ya murieron y que poco se acordaron cuando
estaban con vida! ¡Cómo les gusta reconocer los méritos de una persona cuando
ya no está!
¿Te puedes imaginar la vida de una
persona en un día de extrema soledad esperando la visita de alguien o aquella
llamada de teléfono que no tendrá lugar? Porque el ser humano es esencialmente sociable y necesitamos del apego de
nuestros semejantes. Necesitamos reír, emocionarnos, socializar, en definitiva
necesitamos vivir con los demás. Las personas necesitamos sentirnos importantes
y acompañados.
¿Puedes comprender que esa persona
que a día de hoy se convirtió en un anciano tuvo un pasado donde una vez fue un
joven y un niño? Puedo imaginar
la vida de ese anciano en el pasado. Imagino el día en que nació y con cuánta
alegría fue recibido por sus padres. Pienso en la alegría inmensa que recibió
esos padres cuando él llegó al mundo. Esos padres hubieran hecho cualquier cosa,
incluso sacrificar su propia vida, por el bien de su querido hijo. ¿Qué sentirían sus queridos padres si
tuviesen la oportunidad de volver a la vida y vieran a su hijo tan desamparado
y en soledad? Estoy seguro que sentirían un dolor inmenso porque no hay
dolor más grande para unos padres que la desgracia de un hijo. Estoy convencido
que estos pobres padres dirían: ¿Qué
sentido tiene todos los sacrificios que durante en vida llevamos a cabo para
que nuestro pequeño pudiera prosperar y poder tener una vida propia?
Me imagino a nuestros mayores cuando tuvieron a sus hijos y la alegría con
los que los acogieron. Todos los sinsabores que sufrieron y todos los
sacrificios que llevaron a cabo. ¿Cómo es
posible desatender a los mayores después de los sacrificios que tuvieron que
pasar para poder sacarnos adelante a pesar de las dificultades que nos ofrece
el día a día de la vida?
Recuerdo a mis queridísimos abuelos, vivas personificaciones de la bondad
humana, reunían todas las cualidades que siempre he admirado en una persona:
además de la bondad, la empatía, el saber escuchar, el sacrificio, la
fidelidad, la lealtad y tantas otras virtudes que no cabrían en ningún papel.
Aunque ellos murieran, realmente no dejaron de existir nunca. Su recuerdo sigue
presente en cada uno que tuvo la suerte de conocerlos. Y sé que cuando sus
grandes corazones dejaron de latir, parte de mí también murió, como si el Sol
ya no brillase tan fuerte o si el cielo ya no fuera tan azul como antes.
Después de su muerte, ellos vivían dentro de mí, me alumbran a modo de fuerza
interior al modo del ejemplo que me dieron en vida. Pero esto es justamente lo
que deberíamos sentir cuando nuestros mayores nos dejan.
¿Qué tipo de sociedad es ésta en el
que la gente mayor deja de tener su propio espacio y no se le respeta? Seguro que es una sociedad en la que a pocos nos gustaría
vivir. La gente no reflexiona sobre el paso del tiempo, que la vejez se nos
acerca a pasos agigantados y al final la muerte nos iguala a todos. Vivimos en
un mundo tecnológico y globalizado cuya señal de identidad es el cambio
permanente, y cada vez más rápido. La realidad nos desborda permanentemente, no
tenemos ni siquiera tiempo para asimilar tantos cambios. Y cuando surge una
noticia ya es sustituida por otra más reciente. Surge un nuevo producto y
cuando paso un corto período de tiempo ya queda obsoleto y tiene que ser
sustituido por otro. Pero esto no sólo desde el punto de vista material de los
productos comerciales sino también para las personas.
Esto contrasta sobremanera con la imagen del anciano en el mundo clásico
que era considerado como un vivo ejemplo que había que respetar y pedir consejo
porque tenía experiencia y había vivido mucho. Es la imagen que Platón retrata
en la obra La República con el anciano Céfalo cuando Sócrates le preguntaba qué
era lo que entendía por justicia.
El filósofo Kant en su obra Fundamentación
de la metafísica de las costumbres ya reflexionaba sobre este aspecto.
Afirmaba que el individuo debía actuar de acuerdo con unos principios que
derivaban de su razón y que mandaba de un modo incondicionado y universal.
Estos principios los llamó imperativos categóricos y una de sus formulaciones
hacía referencia a que debíamos tratar a toda la humanidad, ya sea uno mismo o
ya sea cualquier otra persona siempre como fin y nunca como mero medio. Esto
significaba que la persona por el hecho de ser tiene un valor absoluto e incondicionado,
es decir, tiene dignidad, y, por tanto hay que respetarle bajo cualquier
circunstancia. Pero en el mundo en el que vivimos cada vez más los valores
brillan por su ausencia y se trata del mismo modo a una persona que a un
objeto. El ser humano queda instrumentalizado y sólo es valorado en la medida
en que pueda proporcionar algún tipo de beneficio o utilidad. En el deporte, por
ejemplo en el fútbol, un deportista de élite de se hace mayor, pierde
habilidades, pierde velocidad, se cansa antes. Los aficionados acaban reclamando
un sustituto, y da igual lo grande que pudo ser en el pasado. Y los presidentes
de los grandes clubes buscan una nueva estrella siguiendo un criterio
económico. Pero esta estrella correrá la misma suerte que la estrella que había
sustituido previamente.
¿De verdad que éste es el mundo que queremos legar a nuestros hijos? ¿Un
mundo en el que sólo se valore a las personas por lo que nos pueda proporcionar
y no por lo que se es?
El hecho de envejecer a poca gente gusta. El paso permanente del tiempo
trae consigo una pérdida de muchas cualidades. No seguiremos siendo eternamente
el joven que somos actualmente, antes o después las arrugas surcarán nuestra
frente y rostro, perderemos nuestra fuerza de juventud, nuestros cabellos
adquirirán un tono plateado y a otros sencillamente se les caerá. Habrá quienes
luchen contra el paso del tiempo con teñidos de pelos, operaciones estéticas,
pero de poco servirá.
¡Cuánto nos habría gustado vivir
eternamente esa etapa de permanente juventud como si fuera una estación de
primavera o verano de largas tardes soleadas, con cielo azul! ¡Cómo ese primer amor, aunque fuera platónico,
en el que nos sentimos invencibles pero también tan vulnerables! Pensábamos que nadie era mejor que nosotros, nos
poníamos el mundo como montera y ni siquiera lo pensábamos.
La vejez hay que asumirlo como un elemento consustancial a nuestro periplo
vital. La gran tragedia humana es que estamos en permanente cambio, y no nos
gusta aceptarlo. No somos seres estáticos sino que somos un proyecto en el que
nos definimos..
Estoy seguro que no te gustaría vivir los últimos momentos de tu vida en
absoluta soledad sino estar acompañado de los tuyos. Te gustaría exhalar tu
último aliento de aire sintiendo el amor y comprensión de tus seres más
queridos. Por ello, has de hacer tú lo mismo con nuestros mayores porque,
seguramente, como trates a la gente, así te tratarán a ti.