domingo, 10 de noviembre de 2019

Los sofistas del siglo XXI.


El sofista Protágoas.
Recuerdo que aún siendo niño al escuchar las noticias, ya sea de la radio o de la televisión, sobre encuestas sobre los grandes problemas del país según los ciudadanos figuraban, además de los típicos del paro, la vivienda o el terrorismo, los políticos. Dentro de mi mentalidad infantil no podía entenderlo: ¿cómo los políticos van a ser un problema cuando ellos gobiernan justamente para solucionar nuestros problemas? A medida que fui creciendo y adquiriendo mi mayoría de edad intelectual también llegué a la conclusión de que la clase política es, si no el principal, al menos uno de los grandes problemas para nuestro país. ¿Nuestros políticos les interesan resolver los problemas de los ciudadanos? En principio, la respuesta parecería ser que sí porque es su propia razón de ser. Del mismo modo que el fin del panadero es hacer pan, el del constructor diseñar edificios y el del abogado defender a sus clientes, parecería lógico suponer que el cometido del político es buscar el bien de la ciudadanía. Sin embargo, la experiencia nos hace sospechar que no, o quizás les interese solamente resolver los problemas de determinada sector de la población, concretamente de aquéllos que les votaron. Sin embargo, desde el momento en que nuestro político se desvía de ese cometido inicial y centrar sus esfuerzos en determinado sector de la población, pierde gran parte de su carácter de autoridad moral.
Pero, ¿qué ocurre con el resto de personas, que aunque sean minoría no les votaron? ¿Acaso no tienen derecho a que sus aspiraciones y exigencias sean cumplidas en la medida de lo posible? Esto nos remite a una cuestión central en la política, que ya trató John Stuart Mill, a propósito del respeto a los grupos minoritarios. El gobierno debe respetar al conjunto de la ciudadanía por muy minoritario sea. ¿Acaso éstos no pagan los impuestos al igual que los individuos pertenecientes a los grupos mayoritarios? A los políticos se les llena la boca afirmando que la crisis política está siendo superada gracias a sus medidas. Sería mejor decir, en todo caso, que la crisis económica va siendo superada a pesar de nuestros políticos. Hace pocos años, en los inicios de la crisis económica en este país se pusieron de moda cierta terminología como hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y que a partir de ahora habría que apretarse el cinturón. Seguramente el término que se hizo más famoso era el de recorte. Estos políticos llegaron a la conclusión de que la culpa de la crisis económica y del gran número de  parados descansaba finalmente en los ciudadanos porque no vivieron como deberían haber vivido. Se les pasaba por alto de que quizás alguna de las causas había residido en la insaciable avaricia de banqueros cuya única aspiración era enriquecerse más y más  y en una nefasta gestión llevada a cabo por los propios políticos. Además de casos permanentes de corrupción política, amiguismos y favoritismos. Quizás lo más grave de todo sea el victimismo, o quizás estoicismo, con el que la mayoría de  los ciudadanos asumían esta situación. Cierto partido político fue imputado como persona jurídica en un caso de corrupción política porque, según parece, contaba con dos cajas, una que era legal llamada A y otra ilegal llamada B. Tras ser inspeccionado su sede, la policía se llevó como prueba el ordenador donde se había trabajado la gestión económica de dicho partido político. Lo más curioso de todo es que el ordenador incautado no tenía disco duro porque había sido hecho trizas. Según afirmaron algunos dirigentes posteriormente, el procedimiento habitual de dicho partido era reventar los discos duros de los ordenadores de aquellas personas que ya no trabajaban para el partido. Resulta al menos curioso que en tiempos de crisis económica haya personas que destrocen alegremente los discos duros de los ordenadores de aquéllos que ya no trabajan. Quizás la solución más adecuada hubiera sido donar esos ordenadores a personas que por circunstancias económicas no podían permitirse el lujo de comprarse uno.
Independientemente de ellos, los políticos llegaron a la feliz idea de que era necesario recortar y comenzaron en primer lugar con los derechos sociales, culturales y económicos: se redujo la inversión en educación y sanidad y se rebajó el sueldo de los funcionarios. En educación, con la clara intención de reducir el número de profesores interinos se les amplió su jornada lectiva pasando de dieciocho horas a veinte o veintiuna, dependiendo de la comunidad autónoma. Para evitar equívocos, he de señalar que las horas lectivas del profesorado se refiere a la docencia directa con alumnos y que no agota la jornada completa que comprendería, además, reuniones de departamento, reuniones con padres, claustros o guardias. Cierta presidenta de una comunidad autónoma del país justificaba  estos recortes como imprescindibles porque la mayoría de la gente trabajaba más de veinte horas y no se quejaban. La ignorancia siempre ha ido muy atrevida, pero también puede resultar peligrosa cuando te pronuncias sobre hechos en los que puedes influir y manipular a las personas. Un consejero de educación de otra comunidad autónoma, ante la pregunta de sí se despedirían a docentes, con semblante serio dijo que no. El buen consejero se refería, aunque de manera muy imprecisa, a los docentes con plaza fija que no serían despedidos, pero olvidaba, quizás de manera premeditada, a los docentes interinos que no serían despedidos sencillamente porque ya no serían contratados.
Todo ello se une a la propia condición egoísta de muchas personas. Los políticos suelen usar la máxima de Divides y vencerás. Vamos a poner un ejemplo extraído de la realidad educativa para que nos podamos entender mejor. Si yo preguntara ¿cuántos tipos de profesores existen? Una persona podría contestar que los hay de infantil, de primaria, de secundaria, de Formación Profesional o de Universidad? Si, a continuación preguntara: dentro de cada tipo de profesores citado anteriormente ¿existen a su vez diversos subtipos? La respuesta pareciera ser que no. Sin embargo la respuesta es si: podemos hablar de profesores funcionarios interinos y de profesores funcionarios en sentido propio. A su vez, un profesor funcionario interino puede ser a su vez: con vacante completa, sustituto, los que aprobaron el examen de oposición pero sin plaza o aquéllos que son interinos pero no tuvieron la fortuna de aprobar el examen de oposición. A su vez los profesores funcionarios en sentido propio pueden ser a su vez de prácticas o de carrera. Con todas estas divisiones y subdivisiones la administración quiere hacernos convencer mezquinamente de que aunque seamos todos docentes somos distintos. Y si somos distintos es porque tenemos intereses igualmente distintos: unos cobran el verano, otros no cobran el verano. Todo ello hace que el sector educativo esté esencialmente desunido y que pueda ser controlado fácilmente por las esferas políticas.   
Como docente que soy siempre me gusta que mis alumnos al responder a una cuestión de examen sean claros y precisos, respondiendo solamente a lo que se le pide y no usar la pregunta como pretexto para no contestar directamente (que quizás no la domine) y contestar precisamente lo que él sabe mejor. Pero si lo pensamos con más detenimiento, éste es el arte que mejor dominan nuestros queridos políticos. Estoy convencido que si estos políticos tuvieran que realizar los mismos exámenes que hago a mis alumnos, algunos de ellos tendrían serios problemas para llegar siquiera al aprobado. Y curiosamente, todos ellos presentan unos currículum increíbles: varias carreras, idiomas, másteres… El adjetivo que definiría a muchos de ellos sería el de sofista al modo clásico. Sofista es un término que debido a la influencia de Sócrates y de Platón acabó por adquirir un sentido peyorativo designando a aquél que miente y que es capaz de hacer parecer verdadero un argumento falso y viceversa. Sin embargo, al menos en su sentido etimológico sofista se emparenta con sabio y sabiduría. Tenía un doble sentido: designaba a alguien que era experto en algún tipo de materia o alguien que no era experta en nada concreto pero que estaba en posesión de una sabiduría de carácter general que permitía aconsejar y persuadir a sus discípulos con acierto. Será efectivamente este segundo sentido el que acabó por imponerse para designar a los sofistas.
Recomiendo a los sofistas de la política actual la lectura de los clásicos. Uno muy importante al que yo acudo con frecuencia para leer y releer con verdadera pasión es Platón y su obra La República. En esta obra, Platón reflexiona acerca del filósofo y que identifica con el prisionero que se encuentra encadenado en el interior de la caverna. Una vez que se libera de sus pesadas cadenas, comienza un recorrido y una búsqueda y se da cuenta que lo que antes consideraba como más verdadero no era sino falso. Cuando sale al exterior de la caverna contempla la verdadera realidad alcanzando finalmente a la visión del Sol. Sin embargo, señala Platón, este sabio tiene la obligación moral de retornar otra vez al interior de la caverna para guiar hacia la liberación a sus antiguos compañeros. Pero no resulta nada fácil, de hecho, hubiera sido más sencillo para el sabio permanecer en el exterior ejercitando el conocimiento y siendo máximamente feliz. Aún así retorna, será tratado como un loco, será insultado e incluso ejecutado, como sucedió con el propio Sócrates. Éste es el verdadero ejercicio del político. El político debe estar cultivado y acceder a la política como un mal necesario y con el propósito de procurar el bien común.
¿Por qué los sofistas de la política actual tienen tanto interés en alcanzar el poder político? Esto nos hace pensar que son poco platónicos, pues para Platón, el sabio político tenía que ser incluso obligado a gobernar. En las campañas electorales podemos observar como nuestros políticos recorren buena parte de las ciudades y pueblos del país con el propósito de extender su mensaje político, de mostrarnos cuáles son los grandes problemas y cómo ellos son los únicos capaces para resolverlos. Les veo en la televisión haciéndose fotos y selfies con la gente, muy sonrientes. Incluso veo a gentes gritándole lo guapo que son. Ciertamente algunos podrán ser más guapos y, otros son menos pero ninguno de ellos destacan especialmente en lo que deberían destacar, esto es, en el arte de la política. Es más, esos ciudadanos que tan alegres se les ve con nuestros queridos políticos no los volverán a ver hasta la próxima vez que haya elecciones. Seguro que el interés de los políticos por alcanzar el poder no coincide con el pensamiento de Platón. Sospecho que seguramente que su verdadero interés es el económico porque una vez alcanzado el poder comenzarán a gozar de una serie de privilegios de los que no gozaba hasta ese momento y tendrá la oportunidad de ayudar a todas aquellas personas que estén próximas a su círculo: familiares y amigos.
Los políticos reprochan a los ciudadanos de escasa participación, de no ir a las urnas y votar. Toda esta situación de desafección política y desesperanza generalizada viene motivada de modo fundamental por nuestros propios políticos: por su incapacidad por detectar los problemas del país unido por su escaso interés por resolverlos, además de no poder alcanzar acuerdos entre ellos para formar gobiernos. Los grandes problemas de este país, además, de la propia clase política, son la vivienda, las pensiones de nuestros mayores, el paro y la necesidad de invertir de manera decidida por la sanidad  y la educación, porque, que no se nos olvide, los jóvenes de hoy son el futuro de nuestro país. Y exigimos a los políticos que de manera decidida y enérgica se pongan a trabajar de manera eficaz en la resolución de todos estos problemas.