Edmund Husserl (1859-1938). |
“No hay teoría
concebible capaz de hacernos errar en punto al principio de todos los
principios: que toda intuición en que se da algo originariamente es un
fundamento de derecho del conocimiento; que todo lo que se nos brinda
originariamente (por decirlo así, en su realidad corpórea) en la
“intuición”, hay que tomarlo simplemente como se da, pero también sólo
dentro de los límites en que se da”[1].
Ninguna teoría podrá sacar su propia verdad, según Husserl, sino de los datos originarios dados a través de la intuición. Este comienzo absoluto constituye el fundamento primero sobre el que se desarrollará la fenomenología. Todo lo dado originariamente por vía intuitiva es verdadero y hay que aceptarlo dentro de los límites en los que se da, independientemente de lo perturbador o monstruoso que pudiera resultarnos. La donación fenomenológica permite que al aparecer de lo que nos aparece tenga una amplísima amplitud, eliminando todo intento de exclusión o discriminación. Uno de los motivos de ellos es precisamente la neutralidad existencial del objeto intencional, aspecto íntimamente relacionado con el llamado principio de todos los principios: el juzgar correcto que conoce intuitivamente no sólo se dirige a lo existente en el espacio y en el tiempo sino también a objetos que carecen de existencia. La desconexión fenomenológica que desarrolla Husserl no niega lo que se da sino que se atiene sólo al darse del fenómeno, más allá de su carácter existencial o no.
Observamos que disciplinas importantísimas para el conocimiento humano como la geometría pura, que se ocupa de las figuras en tanto formaciones posibles del espacio puro, y la aritmética pura, que se ocupa de los números puros de la serie numérica, no constituyen cosa alguna ni hechos de la naturaleza. Frente a la Naturaleza y el mundo de lo fácticamente existente en el espacio y en el tiempo, hay mundos ideales, mundos inespaciales, intemporales o irreales de ideas que, sin embargo, son exactamente lo mismo que son los números en la serie numérica: sujetos de enunciados científicos tan válidos como las cosas de la Naturaleza. Por tanto, habría que diferenciar entre la actitud natural o empírica y la actitud no empírica o apriórica. En la primera se manifiestan objetivades existentes y en la segunda objetividades esenciales. Serán actitudes diferentes la percepción o el recuerdo del color de cualquier objeto que la comprensión de su idea, de su correspondiente especie como pura donación. Cada idea tiene siempre como tal la propiedad de que le corresponde un conjunto puro de individualidades respecto al cual no se ejecuta ninguna posición existencial. Así, las proposiciones procedentes de disciplinas tales como la aritmética o la geometría pura, que no contienen enunciados sobre lo real existente, tendrán legitimidad y validez tanto si se da lo existente como si no. Desde la perspectiva de la actitud natural empírica, tan atenta siempre a la existencia, no podemos llegar a conocer el pensamiento de la pura idea, el de la generalidad pura completamente incondicionada.
Con la afirmación husserliana de la neutralidad existencial del objeto intencional, se libera a lo imaginario de ser menos que lo percibido por no encontrar cabida en la trama fáctica de lo real. Desde la perspectiva fenomenológica igual relevancia tendrá la fantasía, abierta tanto a lo posible como a lo imposible en la facticidad, que la percepción, que se ocuparía del mundo fáctico. Supongamos el caso de un centauro. Se trata de una representación en el sentido en que es una representación lo representado, pero no en aquél en que representación es el nombre de una vivencia psíquica o una mera imagen de nuestra imaginación. De suyo, el centauro no es una vivencia psíquica sino que, al igual que un bolígrafo o una mesa, es una entidad de tipo físico que no se confunde con la conciencia, ni es tampoco un ingrediente. Pero, mientras que una mesa es percibida, el centauro es imaginado. La conciencia siempre se abrirá a algo-otro-que-ella, por ejemplo el bolígrafo mismo y no a una imagen del bolígrafo ni a un presunto bolígrafo en sí. La cosa misma será el objeto tal como se da a la conciencia. Pero, no por darse a la conciencia es conciencia sino algo-otro-que-ella. De este modo se pone de manifiesto la intencionalidad propia de la conciencia que se definiría del siguiente modo: toda conciencia es conciencia de algo-que-no-es-ella. La conciencia tiene alteridad debido a la donación de la cosa misma en tanto fenómeno, no como una imagen o una presunta cosa en sí. Desde la perspectiva de la actitud natural el ejemplo de imaginarse un objeto ficcional, supongamos el caso de un gigante, parecería favorecer más el psicologismo que el ejemplo de ver un árbol. Parecería que la conciencia sale menos de sí imagina un gigante que en el caso de ver un árbol. Sin embargo hay que señalar que la conciencia sale de idéntico modo en ambos casos, porque el objeto intencional al que apunta nuestra conciencia es existencialmente neutro. Como hemos ido señalando, el gigante imaginado como tal no guarda ninguna relación con el acto de ser consciente de él. Lo que guarda relación con la conciencia es la imaginación que tengo del gigante, pero en ese acto de ser consciente se da una alteridad, algo-otro-que la conciencia que es el gigante. En el caso de ver un árbol, independientemente de que el árbol exista o no, éste aparecerá como tal en el acto de ser visto. Se da el árbol mismo, no un presunto árbol en sí. La fenomenología no diferencia entre el árbol que se da a la conciencia y el árbol en sí, aquél que estaría más allá del árbol que se da a la conciencia. Cuando se dan a una conciencia el árbol o el gigante ya son de suyo otro-de-la-conciencia. Resultará indiferente, por tanto, que el acto de conciencia sea interior, como el caso del imaginar, o exterior, como el caso del ver. En la medida en que tanto el imaginar como el ver sean actos de conciencia serán idénticos. Este acto de percibir o de imaginar constituiría un ingrediente de la conciencia, pero en la medida en que apunta al árbol y al gigante respectivamente no se confundirán con la conciencia. El objeto intencional siempre será otro-que-la-conciencia, de manera que en cuanto es otro posee un estatuto propio independiente a la conciencia. Desde la perspectiva de la actitud natural, de la que se encuentra presa toda corriente positivista, sería más objeto la mesa que vemos que el centauro que imaginamos pues considerarían que el objeto sería más verdadero y real en la medida en que sea existente. Para la fenomenología el hecho de que el objeto intencional exista no significará que éste será más objeto que aquél que no existe y que sólo es imaginado. Esta neutralidad existencial del objeto intencional abrirá de un modo decisivo el campo de la conciencia. A diferencia de Kant, podremos reflexionar filosófica no sólo sobre entes existentes sino a todo ámbito que se nos dé a la conciencia. El gigante no será representado de una manera diferente en nuestra conciencia que el caso de un caballo, salvo que el gigante no existe y el caballo sí. Respecto a la cualidad de ser objeto como tal, el gigante podría recorrer los campos, igual que el caballo. El gigante tiene una estatuto de ser en cuanto objeto que no puede ser reducido a la mera ficcionalidad en que se da en su acto de conciencia correspondiente. Su representación, imagen o ficcionalidad no afectaría a su contenido objetivo como tal. Será a través de este contenido objetivo cómo la conciencia pueda abrirse a algo que no es ella. El gigante no será un ente psíquico sino que es un ente físico que se da, en este caso, en un acto imaginativo de fantasía. Desde la perspectiva fenomenológica podemos afirmar que a la conciencia le resultaría indiferente ver el mundo que le rodea o cerrar los ojos e imaginarse mundos.
Con la eliminación de cualquier posición, aunque sea indeterminada, de existencia podemos acceder más fácilmente a la comprensión del a priori, de la esencia en su pureza frente a la existencia.
[1] Husserl, E., Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía fenemenológica, Fondo de cultura económica, México-Buenos Aires, 1949, página 58.