viernes, 28 de agosto de 2020

Edmund Husserl: el cogito como acto. La modificación de inactualidad.


Husserl escribe en sus Ideas I que un objeto intencional, supongamos un papel con todas sus propiedades objetivas (extensión en el espacio, duración en el tiempo…), no es una cogitatio sino un cogitatum, esto es, no es una vivencia de percepción, sino un percepto en la medida en que es aquello a lo que apunta la conciencia. La cogitatio es una vivencia psicológica que no tiene extensión. No existe una distinción entre el percepto y la percepción sino que el percepto se da en un acto de percepción, aunque no se confunda con ella. Es esto a lo que llama la atención Husserl. El percepto se da a la conciencia en un proceso de trascendencia inmanente: el percepto se da en un acto de conciencia pero no es la conciencia.

Todo aprehender es, según Husserl, un destacar. Por ello todo percepto tiene un fondo empírico del que forma parte pero que la conciencia se encarga de diferenciar.. Supongamos el ejemplo de un libro sobre una mesa: el libro como percepto destaca sobre el fondo de la mesa, que a su vez destaca sobre la habitación y así sucesivamente.

Para aprehender cualquier cosa es necesario sacarla del fondo, del horizonte del que forma parte. En este sentido tanto la percepción, como el recuerdo como la imaginación tienen un análogo peso ontológico y la conciencia se encuentra igualmente cómo operando en cualquier de estos actos. Como sabemos, la noesis es el acto de conciencia y el noema el objeto intencional, es decir, a lo que apuntamos en tanto que apuntamos.

Así, un bolígrafo será un noema en la medida en que apuntemos a él. Por tanto, de las cosas tenemos conciencia independientemente de que sea en un acto de percepción, de recuerdo o de libre fantasía. Frente a las corrientes de carácter positivista donde se privilegia de manera exagerada la percepción hasta el punto de reducir la conciencia al acto perceptivo de un objeto inmediato aquí y ahora, desde la fenomenología se reivindica tanto el recuerdo como la imaginación. La conciencia posee una naturaleza dinámica: está continuamente rescatando objetividades desde el pasado, el presente y el futuro. Se distiende continuamente hacia el pasado en el recuerdo al presente mediante la percepción y hacia el futuro o hacia lo posible en la fantasía o imaginación. Existe una contraposición no tanto entre lo presente y lo ausente sino entre lo presente y lo co-presente. Lo co-presente aparece en el mismo horizonte en el que aparece el objeto presente pero aparece aún sin destacar. Por eso la vida de la conciencia constituye un tránsito entre lo presente y lo co-presente, entre lo que se destaca como primer plano y lo que es el fondo. A su vez, lo presente y lo co-presente pueden intercambiar sus papeles de manera que aquello que aparecía meramente como co-presente se haga presente y lo que antes aparecía como presente pase a mero co-presente. Supongamos el ejemplo de entrar  en una casa: si estamos en el interior de la casa, la fachada de la casa queda inactualizada, es decir, co-presente. No podemos aprehender su fachada del mismo modo que la habitación en el que nos encontramos en este momento. A su vez, dentro de la habitación solamente se nos dará en primera persona aquello a lo que hayamos decidido prestar nuestra atención. Así, tanto la fachada como tantos otros objetos de la habitación en la que nos encontramos actualmente se mantiene en el transfondo, en segundo plano. La cadena de cogitationes o vivencias psíquicas del sujeto se desarrolla sin aparente solución de continuidad y constantemente rodeado de un medio de inactualidad, aunque siempre presto a pasar al modo de la actualidad. Toda nueva viva consciente vive en esa dinámica entre actualidad e inactualidad, y viceversa. Aunque muchos objetos pasen a estar meramente co-presentes o segundo plano, no por ello el sujeto consciente deja de contar con ellos. Al entrar en el interior de la casa, no por el hecho de que la fachada esté directamente presente el sujeto deje de contar con ella. Nuestra conciencia posee una naturaleza finita y por ello no puede captar el mundo de manera absoluta o simultánea sino parcialmente, a modo de escorzo. Esto nos recuera inevitablemente tanto a Leibniz como a Ortega y Gasset, dos autores tan distintos pero tan cercanos en muchos aspectos. Leibniz desarrolló una teoría monadológica de la realidad a afirmó que todo se reducía a un conjunto infinito de sustancias a las que denominó mónadas que poseían una naturaleza inextensa y espiritual. Al ser la naturaleza de la mónada inextensa, lo que define su esencia no es su carácter mecánico sino su fuerza o energía que se manifiesta a partir del conocimiento y de su grado de consciencia. Así, dependiendo del grado de consciencia de la mónada su percepción y su grado de conocimiento varía. Inevitablemente, cuanto mayor fuera su grado de consciencia mayor será su percepción y conocimiento del mundo que le rodea. Ortega y Gasset también negaba la existencia de una verdad absoluta que se mostrara idéntica a todos. Por nuestra propia naturaleza, el sujeto solo puede percibir de modo parcial la realidad a partir de nuestra propia circunstancia, dicho en lenguaje de Ortega y Gasset. No existe un lugar donde sea posible una contemplación absoluta de la verdad, donde ésta se manifieste como una e idéntica para todos. En cualquier caso, si pudiéramos unir las perspectivas de todas las personas sí que podríamos captar la verdad absoluta, aunque esta opción no es viable.

Volviendo a Husserl, para que la percepción se produzca es necesario que la conciencia apunte al objeto intencional de manera consciente y que el objeto esté dado previamente. Respecto al recuerdo, podemos tener en el transfondo u horizonte de nuestros recuerdos algún hecho que nos aconteció tiempo atrás. Para activarlo debemos dirigirnos a él de manera consciente. Por eso el recuerdo es una especie de latencia que está ahí permanentemente  y que mientras no se activa no llega a la conciencia. Al igual que en la percepción, para recordar de modo efectivo debemos hacer el ejercicio de apuntar al recuerdo en cuestión directamente. Una vez que se destaque un recuerdo sobre los demás, el resto de recuerdos formarán parte de un halo de co-presencia de horizonte. En el caso de no recordar expresamente no se activará el recuerdo del fondo de lo recordable. Respecto a la fantasía, tenemos un conjunto de posibilidades por fantasear  pero hasta que no se activa no se destaca nada sobre ese fondo de lo fantaseable. Por tanto, como consecuencia de la finitud a la que somos inherente, al dirigirnos a cualquier cosa, lo hacemos sobre un fondo en que ese objeto aparece.

Por profunda que sea la alteración que experimentan las vivencias de la conciencia actual al pasar a la inactualidad, o viceversa, las vivencias modificadas siguen conservando una significativa comunidad de esencia con las primitivas. La conciencia que aprehende actualmente un objeto cualquiera que ahora se le da posee una continuidad inevitable con la conciencia que en otro momento aprehende de modo inactual es mismo objeto. Entre la conciencia que ve aquí una casa y la conciencia que recuerda la casa en otro momento comparte una continuidad de conciencia, una comunidad de conciencia. Si éste no fuera el caso entonces estaríamos en la misma situación en la que se encontraba Hume cuando en su obra Tratado de la naturaleza humana criticaba la identidad del alma al considerar que carecíamos de una impresión nos identificara como un sujeto permanente. No tiene sentido afirmar que la conciencia que antes veía un libro y que ahora imagina un gigante son distintas, pues en este caso llegaríamos a la extraña conclusión de que habrá tantas conciencias distintas como modos distintos que usamos para dirigirnos a aquello que se nos da. Por ello, la conciencia perceptiva de un bolígrafo que se nos dé actualmente tiene que tener  una continuidad con la conciencia perceptiva de la casa que vimos algún día en el pasado. Lo mismo ocurre en el caso del recuerdo: existe una continuidad entre la conciencia del recuerdo, la conciencia del presente y la conciencia del futuro. La vida de la conciencia no puede quebrarse por las modificaciones de inactualidad sino que constituye una perfecta unidad. La conciencia tiene una consistencia propia no sometible a estas variaciones, una comunidad de esencia que esté por encima de estas movilizaciones de actualidad a inactualidad y viceversa. Si vemos a una persona y que de repente se oculta detrás de un árbol: primeramente veíamos a la persona actualmente y posteriormente inactualmente. La conciencia no queda modificada en ese tránsito de lo actual a lo inactual. Recordamos cómo era esa persona o imaginamos cómo se oculta detrás del árbol Este recordar o imaginar es también un percibir pero modificado, un percibir no actual, un percibir de algo no presente sino co-presente. Hay necesariamente una continuidad entre el hombre que percibíamos actualmente y el hombre que percibimos inactualmente a través del recuerdo, la fantasía o la imaginación. La propiedad esencial y general de la conciencia se conserva en el curso de la modificación.

     Husserl escribe que la vivencia en el sentido amplio es todo aquello con que nos encontramos en la corriente de vivencias, no sólo las vivencias intencionales actuales y potenciales sino cuanto ingrediente encontremos en esta corriente y sus partes concretas. El ingrediente forma parte del propio acto de conciencia, integra el contenido psíquico de la vivencia. Podríamos ver un objeto cualquiera con claridad pero de repente podríamos utilizar unas gafas que, por ejemplo, modificara su color y forma. Somos conscientes que no pertenecen estas modificaciones a los objetos sino a nuestro propio acto de conciencia. Al tocar la superficie lisa de una mesa distinguimos entre la mesa y su superficie. Si llevamos a cabo descripciones con el objetivo de quedarnos solamente con la inmanencia de lo que notamos al tocar, eso forma parte de un ingrediente de la conciencia. El frío, el calor, las sensaciones de gusto son ingredientes de la vivencia. En la vivencia está tanto el objeto vivenciado, en este caso mesa, que forma parte de la vivencia pero no al modo de un ingrediente como las sensaciones que teníamos al tocar la superficie lisa de la mesa, que también formarían parte de ese acto de conciencia. La vivencia se compone de una vertiente objetiva que es el nóema, una vertiente objetivante que es la nóesis y a continuación están todos esos ingredientes que acompañan a la nóesis y que no hablan del nóema sino de nuestra vivencia, de nuestros contenidos psíquicos. 

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