Husserl escribe en sus Ideas I que un objeto intencional, supongamos un papel con todas sus propiedades objetivas (extensión en el espacio, duración en el tiempo…), no es una cogitatio sino un cogitatum, esto es, no es una vivencia de percepción, sino un percepto en la medida en que es aquello a lo que apunta la conciencia. La cogitatio es una vivencia psicológica que no tiene extensión. No existe una distinción entre el percepto y la percepción sino que el percepto se da en un acto de percepción, aunque no se confunda con ella. Es esto a lo que llama la atención Husserl. El percepto se da a la conciencia en un proceso de trascendencia inmanente: el percepto se da en un acto de conciencia pero no es la conciencia.
Todo aprehender es, según
Husserl, un destacar. Por ello todo percepto tiene un fondo empírico del que
forma parte pero que la conciencia se encarga de diferenciar.. Supongamos el
ejemplo de un libro sobre una mesa: el libro como percepto destaca sobre el fondo de la mesa, que a su vez destaca
sobre la habitación y así sucesivamente.
Para aprehender cualquier
cosa es necesario sacarla del fondo,
del horizonte del que forma parte. En
este sentido tanto la percepción, como el recuerdo como la imaginación tienen
un análogo peso ontológico y la conciencia se encuentra igualmente cómo
operando en cualquier de estos actos. Como sabemos, la noesis es el acto de conciencia y el noema el objeto intencional, es decir, a lo que apuntamos en tanto
que apuntamos.
Así, un bolígrafo será un noema en la medida en que apuntemos a
él. Por tanto, de las cosas tenemos conciencia independientemente de que sea en
un acto de percepción, de recuerdo o de libre fantasía. Frente a las corrientes
de carácter positivista donde se privilegia de manera exagerada la percepción
hasta el punto de reducir la conciencia al acto perceptivo de un objeto
inmediato aquí y ahora, desde la fenomenología se reivindica tanto el recuerdo
como la imaginación. La conciencia posee una naturaleza dinámica: está
continuamente rescatando objetividades desde el pasado, el presente y el
futuro. Se distiende continuamente hacia el pasado en el recuerdo al presente
mediante la percepción y hacia el futuro o hacia lo posible en la fantasía o
imaginación. Existe una contraposición no tanto entre lo presente y lo ausente
sino entre lo presente y lo co-presente. Lo co-presente aparece en el mismo
horizonte en el que aparece el objeto presente pero aparece aún sin destacar.
Por eso la vida de la conciencia constituye un tránsito entre lo presente y lo co-presente, entre lo que se destaca
como primer plano y lo que es el fondo. A su vez, lo presente y lo co-presente pueden intercambiar sus
papeles de manera que aquello que aparecía meramente como co-presente se haga presente y lo que antes aparecía como presente
pase a mero co-presente. Supongamos
el ejemplo de entrar en una casa: si
estamos en el interior de la casa, la fachada de la casa queda inactualizada,
es decir, co-presente. No podemos
aprehender su fachada del mismo modo que la habitación en el que nos encontramos
en este momento. A su vez, dentro de la habitación solamente se nos dará en primera persona aquello a lo que hayamos
decidido prestar nuestra atención. Así, tanto la fachada como tantos otros
objetos de la habitación en la que nos encontramos actualmente se mantiene en
el transfondo, en segundo plano. La cadena de cogitationes o vivencias psíquicas del sujeto se desarrolla sin
aparente solución de continuidad y constantemente rodeado de un medio de
inactualidad, aunque siempre presto a pasar al modo de la actualidad. Toda
nueva viva consciente vive en esa dinámica entre actualidad e inactualidad, y viceversa.
Aunque muchos objetos pasen a estar meramente co-presentes o segundo plano, no
por ello el sujeto consciente deja de contar con ellos. Al entrar en el
interior de la casa, no por el hecho de que la fachada esté directamente
presente el sujeto deje de contar con ella. Nuestra conciencia posee una
naturaleza finita y por ello no puede captar el mundo de manera absoluta o simultánea
sino parcialmente, a modo de escorzo. Esto nos recuera inevitablemente tanto a
Leibniz como a Ortega y Gasset, dos autores tan distintos pero tan cercanos en
muchos aspectos. Leibniz desarrolló una teoría monadológica de la realidad a
afirmó que todo se reducía a un conjunto infinito de sustancias a las que
denominó mónadas que poseían una naturaleza inextensa y espiritual. Al ser la
naturaleza de la mónada inextensa, lo que define su esencia no es su carácter
mecánico sino su fuerza o energía que se manifiesta a partir del conocimiento y
de su grado de consciencia. Así, dependiendo del grado de consciencia de la
mónada su percepción y su grado de conocimiento varía. Inevitablemente, cuanto
mayor fuera su grado de consciencia mayor será su percepción y conocimiento del
mundo que le rodea. Ortega y Gasset también negaba la existencia de una verdad
absoluta que se mostrara idéntica a todos. Por nuestra propia naturaleza, el
sujeto solo puede percibir de modo parcial la realidad a partir de nuestra
propia circunstancia, dicho en lenguaje de Ortega y Gasset. No existe un lugar
donde sea posible una contemplación absoluta de la verdad, donde ésta se
manifieste como una e idéntica para todos. En cualquier caso, si pudiéramos
unir las perspectivas de todas las personas sí que podríamos captar la verdad
absoluta, aunque esta opción no es viable.
Volviendo a Husserl, para
que la percepción se produzca es necesario que la conciencia apunte al objeto
intencional de manera consciente y que el objeto esté dado previamente.
Respecto al recuerdo, podemos tener en el transfondo u horizonte de nuestros
recuerdos algún hecho que nos aconteció tiempo atrás. Para activarlo debemos
dirigirnos a él de manera consciente. Por eso el recuerdo es una especie de
latencia que está ahí permanentemente y
que mientras no se activa no llega a la conciencia. Al igual que en la
percepción, para recordar de modo efectivo debemos hacer el ejercicio de
apuntar al recuerdo en cuestión directamente. Una vez que se destaque un
recuerdo sobre los demás, el resto de recuerdos formarán parte de un halo de co-presencia de horizonte. En el caso de
no recordar expresamente no se activará el recuerdo del fondo de lo recordable.
Respecto a la fantasía, tenemos un conjunto de posibilidades por fantasear pero hasta que no se activa no se destaca
nada sobre ese fondo de lo fantaseable. Por tanto, como consecuencia de la
finitud a la que somos inherente, al dirigirnos a cualquier cosa, lo hacemos
sobre un fondo en que ese objeto aparece.
Por profunda que sea la
alteración que experimentan las vivencias de la conciencia actual al pasar a la
inactualidad, o viceversa, las vivencias modificadas siguen conservando una
significativa comunidad de esencia con
las primitivas. La conciencia que aprehende actualmente un objeto cualquiera
que ahora se le da posee una continuidad inevitable con la conciencia que en
otro momento aprehende de modo inactual es mismo objeto. Entre la conciencia
que ve aquí una casa y la conciencia que recuerda la casa en otro momento
comparte una continuidad de conciencia, una comunidad de conciencia. Si éste no
fuera el caso entonces estaríamos en la misma situación en la que se encontraba
Hume cuando en su obra Tratado de la naturaleza humana criticaba la identidad
del alma al considerar que carecíamos de una impresión nos identificara como un
sujeto permanente. No tiene sentido afirmar que la conciencia que antes veía un
libro y que ahora imagina un gigante son distintas, pues en este caso
llegaríamos a la extraña conclusión de que habrá tantas conciencias distintas
como modos distintos que usamos para dirigirnos a aquello que se nos da. Por
ello, la conciencia perceptiva de un bolígrafo que se nos dé actualmente tiene
que tener una continuidad con la
conciencia perceptiva de la casa que vimos algún día en el pasado. Lo mismo
ocurre en el caso del recuerdo: existe una continuidad entre la conciencia del
recuerdo, la conciencia del presente y la conciencia del futuro. La vida de la
conciencia no puede quebrarse por las modificaciones de inactualidad sino que
constituye una perfecta unidad. La conciencia tiene una consistencia propia no
sometible a estas variaciones, una comunidad de esencia que esté por encima de
estas movilizaciones de actualidad a inactualidad y viceversa. Si vemos a una
persona y que de repente se oculta detrás de un árbol: primeramente veíamos a
la persona actualmente y posteriormente inactualmente. La conciencia no queda
modificada en ese tránsito de lo actual a lo inactual. Recordamos cómo era esa
persona o imaginamos cómo se oculta detrás del árbol Este recordar o imaginar
es también un percibir pero modificado, un percibir no actual, un percibir de
algo no presente sino co-presente.
Hay necesariamente una continuidad entre el hombre que percibíamos actualmente
y el hombre que percibimos inactualmente a través del recuerdo, la fantasía o
la imaginación. La propiedad esencial y general de la conciencia se conserva en
el curso de la modificación.
Husserl escribe que la vivencia en el sentido amplio es todo aquello con que nos encontramos en la corriente de vivencias, no sólo las vivencias intencionales actuales y potenciales sino cuanto ingrediente encontremos en esta corriente y sus partes concretas. El ingrediente forma parte del propio acto de conciencia, integra el contenido psíquico de la vivencia. Podríamos ver un objeto cualquiera con claridad pero de repente podríamos utilizar unas gafas que, por ejemplo, modificara su color y forma. Somos conscientes que no pertenecen estas modificaciones a los objetos sino a nuestro propio acto de conciencia. Al tocar la superficie lisa de una mesa distinguimos entre la mesa y su superficie. Si llevamos a cabo descripciones con el objetivo de quedarnos solamente con la inmanencia de lo que notamos al tocar, eso forma parte de un ingrediente de la conciencia. El frío, el calor, las sensaciones de gusto son ingredientes de la vivencia. En la vivencia está tanto el objeto vivenciado, en este caso mesa, que forma parte de la vivencia pero no al modo de un ingrediente como las sensaciones que teníamos al tocar la superficie lisa de la mesa, que también formarían parte de ese acto de conciencia. La vivencia se compone de una vertiente objetiva que es el nóema, una vertiente objetivante que es la nóesis y a continuación están todos esos ingredientes que acompañan a la nóesis y que no hablan del nóema sino de nuestra vivencia, de nuestros contenidos psíquicos.
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