viernes, 28 de agosto de 2020

Edmund Husserl: el cogito como acto. La modificación de inactualidad.


Husserl escribe en sus Ideas I que un objeto intencional, supongamos un papel con todas sus propiedades objetivas (extensión en el espacio, duración en el tiempo…), no es una cogitatio sino un cogitatum, esto es, no es una vivencia de percepción, sino un percepto en la medida en que es aquello a lo que apunta la conciencia. La cogitatio es una vivencia psicológica que no tiene extensión. No existe una distinción entre el percepto y la percepción sino que el percepto se da en un acto de percepción, aunque no se confunda con ella. Es esto a lo que llama la atención Husserl. El percepto se da a la conciencia en un proceso de trascendencia inmanente: el percepto se da en un acto de conciencia pero no es la conciencia.

Todo aprehender es, según Husserl, un destacar. Por ello todo percepto tiene un fondo empírico del que forma parte pero que la conciencia se encarga de diferenciar.. Supongamos el ejemplo de un libro sobre una mesa: el libro como percepto destaca sobre el fondo de la mesa, que a su vez destaca sobre la habitación y así sucesivamente.

Para aprehender cualquier cosa es necesario sacarla del fondo, del horizonte del que forma parte. En este sentido tanto la percepción, como el recuerdo como la imaginación tienen un análogo peso ontológico y la conciencia se encuentra igualmente cómo operando en cualquier de estos actos. Como sabemos, la noesis es el acto de conciencia y el noema el objeto intencional, es decir, a lo que apuntamos en tanto que apuntamos.

Así, un bolígrafo será un noema en la medida en que apuntemos a él. Por tanto, de las cosas tenemos conciencia independientemente de que sea en un acto de percepción, de recuerdo o de libre fantasía. Frente a las corrientes de carácter positivista donde se privilegia de manera exagerada la percepción hasta el punto de reducir la conciencia al acto perceptivo de un objeto inmediato aquí y ahora, desde la fenomenología se reivindica tanto el recuerdo como la imaginación. La conciencia posee una naturaleza dinámica: está continuamente rescatando objetividades desde el pasado, el presente y el futuro. Se distiende continuamente hacia el pasado en el recuerdo al presente mediante la percepción y hacia el futuro o hacia lo posible en la fantasía o imaginación. Existe una contraposición no tanto entre lo presente y lo ausente sino entre lo presente y lo co-presente. Lo co-presente aparece en el mismo horizonte en el que aparece el objeto presente pero aparece aún sin destacar. Por eso la vida de la conciencia constituye un tránsito entre lo presente y lo co-presente, entre lo que se destaca como primer plano y lo que es el fondo. A su vez, lo presente y lo co-presente pueden intercambiar sus papeles de manera que aquello que aparecía meramente como co-presente se haga presente y lo que antes aparecía como presente pase a mero co-presente. Supongamos el ejemplo de entrar  en una casa: si estamos en el interior de la casa, la fachada de la casa queda inactualizada, es decir, co-presente. No podemos aprehender su fachada del mismo modo que la habitación en el que nos encontramos en este momento. A su vez, dentro de la habitación solamente se nos dará en primera persona aquello a lo que hayamos decidido prestar nuestra atención. Así, tanto la fachada como tantos otros objetos de la habitación en la que nos encontramos actualmente se mantiene en el transfondo, en segundo plano. La cadena de cogitationes o vivencias psíquicas del sujeto se desarrolla sin aparente solución de continuidad y constantemente rodeado de un medio de inactualidad, aunque siempre presto a pasar al modo de la actualidad. Toda nueva viva consciente vive en esa dinámica entre actualidad e inactualidad, y viceversa. Aunque muchos objetos pasen a estar meramente co-presentes o segundo plano, no por ello el sujeto consciente deja de contar con ellos. Al entrar en el interior de la casa, no por el hecho de que la fachada esté directamente presente el sujeto deje de contar con ella. Nuestra conciencia posee una naturaleza finita y por ello no puede captar el mundo de manera absoluta o simultánea sino parcialmente, a modo de escorzo. Esto nos recuera inevitablemente tanto a Leibniz como a Ortega y Gasset, dos autores tan distintos pero tan cercanos en muchos aspectos. Leibniz desarrolló una teoría monadológica de la realidad a afirmó que todo se reducía a un conjunto infinito de sustancias a las que denominó mónadas que poseían una naturaleza inextensa y espiritual. Al ser la naturaleza de la mónada inextensa, lo que define su esencia no es su carácter mecánico sino su fuerza o energía que se manifiesta a partir del conocimiento y de su grado de consciencia. Así, dependiendo del grado de consciencia de la mónada su percepción y su grado de conocimiento varía. Inevitablemente, cuanto mayor fuera su grado de consciencia mayor será su percepción y conocimiento del mundo que le rodea. Ortega y Gasset también negaba la existencia de una verdad absoluta que se mostrara idéntica a todos. Por nuestra propia naturaleza, el sujeto solo puede percibir de modo parcial la realidad a partir de nuestra propia circunstancia, dicho en lenguaje de Ortega y Gasset. No existe un lugar donde sea posible una contemplación absoluta de la verdad, donde ésta se manifieste como una e idéntica para todos. En cualquier caso, si pudiéramos unir las perspectivas de todas las personas sí que podríamos captar la verdad absoluta, aunque esta opción no es viable.

Volviendo a Husserl, para que la percepción se produzca es necesario que la conciencia apunte al objeto intencional de manera consciente y que el objeto esté dado previamente. Respecto al recuerdo, podemos tener en el transfondo u horizonte de nuestros recuerdos algún hecho que nos aconteció tiempo atrás. Para activarlo debemos dirigirnos a él de manera consciente. Por eso el recuerdo es una especie de latencia que está ahí permanentemente  y que mientras no se activa no llega a la conciencia. Al igual que en la percepción, para recordar de modo efectivo debemos hacer el ejercicio de apuntar al recuerdo en cuestión directamente. Una vez que se destaque un recuerdo sobre los demás, el resto de recuerdos formarán parte de un halo de co-presencia de horizonte. En el caso de no recordar expresamente no se activará el recuerdo del fondo de lo recordable. Respecto a la fantasía, tenemos un conjunto de posibilidades por fantasear  pero hasta que no se activa no se destaca nada sobre ese fondo de lo fantaseable. Por tanto, como consecuencia de la finitud a la que somos inherente, al dirigirnos a cualquier cosa, lo hacemos sobre un fondo en que ese objeto aparece.

Por profunda que sea la alteración que experimentan las vivencias de la conciencia actual al pasar a la inactualidad, o viceversa, las vivencias modificadas siguen conservando una significativa comunidad de esencia con las primitivas. La conciencia que aprehende actualmente un objeto cualquiera que ahora se le da posee una continuidad inevitable con la conciencia que en otro momento aprehende de modo inactual es mismo objeto. Entre la conciencia que ve aquí una casa y la conciencia que recuerda la casa en otro momento comparte una continuidad de conciencia, una comunidad de conciencia. Si éste no fuera el caso entonces estaríamos en la misma situación en la que se encontraba Hume cuando en su obra Tratado de la naturaleza humana criticaba la identidad del alma al considerar que carecíamos de una impresión nos identificara como un sujeto permanente. No tiene sentido afirmar que la conciencia que antes veía un libro y que ahora imagina un gigante son distintas, pues en este caso llegaríamos a la extraña conclusión de que habrá tantas conciencias distintas como modos distintos que usamos para dirigirnos a aquello que se nos da. Por ello, la conciencia perceptiva de un bolígrafo que se nos dé actualmente tiene que tener  una continuidad con la conciencia perceptiva de la casa que vimos algún día en el pasado. Lo mismo ocurre en el caso del recuerdo: existe una continuidad entre la conciencia del recuerdo, la conciencia del presente y la conciencia del futuro. La vida de la conciencia no puede quebrarse por las modificaciones de inactualidad sino que constituye una perfecta unidad. La conciencia tiene una consistencia propia no sometible a estas variaciones, una comunidad de esencia que esté por encima de estas movilizaciones de actualidad a inactualidad y viceversa. Si vemos a una persona y que de repente se oculta detrás de un árbol: primeramente veíamos a la persona actualmente y posteriormente inactualmente. La conciencia no queda modificada en ese tránsito de lo actual a lo inactual. Recordamos cómo era esa persona o imaginamos cómo se oculta detrás del árbol Este recordar o imaginar es también un percibir pero modificado, un percibir no actual, un percibir de algo no presente sino co-presente. Hay necesariamente una continuidad entre el hombre que percibíamos actualmente y el hombre que percibimos inactualmente a través del recuerdo, la fantasía o la imaginación. La propiedad esencial y general de la conciencia se conserva en el curso de la modificación.

     Husserl escribe que la vivencia en el sentido amplio es todo aquello con que nos encontramos en la corriente de vivencias, no sólo las vivencias intencionales actuales y potenciales sino cuanto ingrediente encontremos en esta corriente y sus partes concretas. El ingrediente forma parte del propio acto de conciencia, integra el contenido psíquico de la vivencia. Podríamos ver un objeto cualquiera con claridad pero de repente podríamos utilizar unas gafas que, por ejemplo, modificara su color y forma. Somos conscientes que no pertenecen estas modificaciones a los objetos sino a nuestro propio acto de conciencia. Al tocar la superficie lisa de una mesa distinguimos entre la mesa y su superficie. Si llevamos a cabo descripciones con el objetivo de quedarnos solamente con la inmanencia de lo que notamos al tocar, eso forma parte de un ingrediente de la conciencia. El frío, el calor, las sensaciones de gusto son ingredientes de la vivencia. En la vivencia está tanto el objeto vivenciado, en este caso mesa, que forma parte de la vivencia pero no al modo de un ingrediente como las sensaciones que teníamos al tocar la superficie lisa de la mesa, que también formarían parte de ese acto de conciencia. La vivencia se compone de una vertiente objetiva que es el nóema, una vertiente objetivante que es la nóesis y a continuación están todos esos ingredientes que acompañan a la nóesis y que no hablan del nóema sino de nuestra vivencia, de nuestros contenidos psíquicos. 

lunes, 24 de agosto de 2020

Psicosis IV, el comienzo (1990), de Mick Garris.

Cartel de Psicosis IV
Si usted no ha visto la película ha de saber que el presente comentario posee numerosos spoilers que revelan su argumento. Psicosis IV es una película hecha para la televisión y es la tercera continuación de la película que dirigiera Alfred Hitchcock en 1960 y es sin lugar a dudas la peor de todas. Está dirigida por el televisivo Mick Garris, conocido por sus incursiones en el cine fantástico y por las adaptaciones televisivas de Stephen King, como la película El resplandor de duración casi infinita. La película está protagonizada por Anthony Perkins, interpretando otra vez a Norman Bates, Oliva Hussey que interpreta a la madre de Norman, Henry Thomas, el niño de ET, que interpreta al joven Norman, Donna Mitchell, que interpreta a Connie, la esposa de Norman, C.C.H. Pounder que interpreta a una periodista radiofónico, Warren Frost, que interpreta al psicólogo de Norman, La película es tanto una precuela en la medida que nos cuenta la historia de Norman y de su madre con anterioridad a los hechos ocurridos en la primera parte de Psicosis, pero también una secuela en la medida en que la historia se traslada hasta el Norman contemporáneo. ¿Qué decir de Psicosis IV, el comienzo? En ella no funciona absolutamente nada. Desde el comienzo el espectador tiene la sensación de que nada es real en la películas, la dirección torpe y rutinaria, guión horroroso en el que deja la película en un marco de indefinición y que no respeta la mitología del universo de Psicosis, las interpretaciones insustanciales… Incluso para al espectador más benevolente le costaría destacar un solo aspecto positivo de la película, incluso los pocos aspectos positivos de la película quedan oscurecidos por la mediocridad que rezuma cada fotograma. En principio la película resultaría atractiva en primer lugar porque cierra el círculo de Psicosis dando un fin al personaje y que ayuda a que comprender la personalidad de Norman rastreando su turbulenta infancia y juventud. El guionista de la cinta es Joseph Stefano, que fue el responsable del guión del filme original. Además la cinta recupera la partitura clásica de la primera Psicosis de Bernard Herrmann. Todo ello sobre el papel porque la realidad ahuyenta cualquier interés que tenga la cinta. Por desgracia, la película tiene tantos aspectos negativos que para el que esto escribe le resulta complicado por cuál empezar. Empezaremos analizando el guión de Joseph Stefano: su libreto ha sido poco honesto con el universo cinematográfico de Psicosis pues ignora directamente los acontecimientos narrados en Psicosis II y Psicosis III. No sabe que la mitología de Psicosis se fue creando básicamente en estas dos secuelas y, también, por supuesto, en el clásico de Alfred Hitchcock. Al visualizar esta cinta, ingenuamente pensaba que Psicosis IV era, tal como rezaba el título, la cuarta entrega de Psicosis. Sin embargo, había aspectos que no cuadraban, no había manera de comprender que desde el poco tiempo que transcurre desde Psicosis III a Psicosis IV, apenas cuatro años, Norman había salido de prisión, se había rehabilitado, casado y esperaba un hijo. También en la película de Psicosis II el sheriff señalaba que Norman Bates había desenterrado el cuerpo de su madre y se lo llevó a su casa, mientras que en Psicosis IV se nos muestra que lo robó directamente del velatorio, no tuvo que desenterrar cuerpo alguno. Tampoco hace ninguna referencia a Enma Spool, la tía de Norman. Entonces, ya el título de Psicosis IV es erróneo porque prescinde e ignora los acontecimientos de las dos primeras secuelas, por tanto, debería haberse llamado de otra manera. Para todo seguidor de la saga molesta mucho que Joseph Stefano hubiera decidido ignorar estas películas porque podría hacer pensar a cualquier otro aficionado que fueron películas mediocres cuando no es real. Todo esto no se corresponde con la realidad pues ambas películas estaban muy bien hechas y respetaban profundamente la obra maestra de Hitchcock. Eran películas muy cuidadas en el aspecto visual: en Psicosis II predominaban los tonos coloristas y vivos y daban a la película un aspecto de profunda cotidianidad que provocaba el verdadero terror; en Psicosis III la película tenía un tono oscuro que intensificaba el carácter tenebroso de la película. En esta Psicosis IV el aspecto visual de la película no supera para nada a los telefilmes que emiten en la televisión española las tardes de los fines de semana después de comer. Es cierto que para todo seguidor de la saga en principio le resultaría atractivo que el guionista de la Psicosis original de Hitchcock fuera también el guionista de esta cuarta entrega. Sin embargo, a toro pasado y viendo el pobre resultado de la película quizás hubiera sido preferible seguir las indicaciones iniciales de Anthony Perkins que no eran otras que contratar a Noel Black como director, con quien ya trabajó en la película Un maravilloso veneno y que el guión fuera elaborado tanto por Charles Edward Pogue, guionista de Psicosis III como por el propio Anthony Perkins. El guión de Joseph Stefano se estructura en dos líneas temporales, a saber, el pasado y el presente. A partir de la narración que realiza Norman en un programa de radio cuyo tema gira en torno al matricidio se estructurará el filme a través de su infancia, adolescencia hasta llegar al momento presente para comprender las motivaciones de Norman y por qué quiere matar a su esposa Connie. La infancia y la adolescencia serviría a Joseph Stefano y a Mick Garris supuestamente para explicar las causas por las que Norman se convirtió en un asesino. Sin embargo, la explicación que la cinta desarrolla para justificar este tránsito y por qué Norman quiere matar a su mujer embarazada es un contrasentido muy rocambolesco. Según cuenta Norman, que parece que ahora es científico, su enfermedad es de carácter genético, lo cual significa que podría transmitir a su hijo su locura. Repito, un guión que es un auténtico contrasentido que no convence a nadie, ni siquiera, me temo, al propio Anthony Perkins. Por su supuesto que en un principio la película parece tener varios atractivos para el seguidor ingenuo de la saga. Parece que Mick Garris nos iluminará acerca de la historia del joven Norman y de su madre. La película, en línea con la primera de la saga, tiene un fuerte componente psicoanalítico que rastrea cómo a partir del oscuro pasado de Norman se engendra al psicópata en que efectivamente se convirtió. Todo resulta muy forzado e inverosímil: en el programa de radio en el que Norman cuenta su historia se encuentra como invitado el mismo psiquiatra de Norman años atrás. Norman se hace llamar Ed, que no es sino un guiño muy ingenioso de Ed Gein, el asesino en serie que inspiró a Robert Bloch en la novela de Psicosis, que posteriormente Alfred Hitchcock adaptó en la primera Psicosis. La narración de la película en esta su primera parte no es lineal sino que varía su orden cronológico dependiendo de las preguntas que va realizando la periodista y la historia que va contando Norman. La película es nada brillante, rodada sin ninguna emoción ni estilo. A pesar de ello, destacaría un par de escenas que elevan un poco la mediocridad del filmen. Una escena en el que se muestra el velatorio del padre muerto de Norman, que había fallecido por un violento ataque de abejas al que no pudo sobrevivir. La película es insuficiente en todo momento. En concreto, en esta parte de la película Mick Garris no muestra en ningún momento cómo era la relación del padre ni con su mujer ni con su hijo. Es un aspecto especialmente lamentable porque Psicosis IV el comienzo se concibió para mostrarnos el origen y todos los entresijos posibles de la enfermedad que asola a Norman. Es un fallo importantes porque la película habría resultado mucho más interesante si hubiera desarrollado de modo pleno este capítulo traumático de la vida de Norma. En la citada escena el espectador puede observar algunos síntomas evidentes de la locura de Norman cuando hace cosquillas a su hijo con el objetivo de que éste se ría para, posteriormente, recriminarle dicha acción. En el velatorio aparece el propio Anthony Perkins como observador y esto constituye un elemento novedoso en la narración de una película por lo demás plana y rodada sin ningún tipo de entusiasmo. Este elemento lo introducirá Mick Garris en alguna escena más. Otra secuencia llamativa de la cinta ante tanta mediocridad es aquélla en la que, ante la pregunta de la periodista sobre aspectos positivos de su madre, recuerda un capítulo de su infancia en la que tanto Norman como su madre están en un prado en el que empieza a llover y en el que parece intuirse que la madre de Norman quiere a su hijo. La escena está rodada con un estilo onírico, además de una gran belleza a todos los niveles, que sin dificultad eleva la calidad de una tan ramplona cinta. Son las dos escenas más destacables dentro de una cinta anodina y sin interés. Uno de los grandes males de la película es el marco de indefinición en el que se encuentra. Mick Garris pretende generar la simpatía del espectador respecto al personaje de Norman haciendo lo posible para que lo entendamos, por una parte, pero también hacer de Norman un psicópata al que temer de manera permanente, por otra parte. Pero no logra ninguno de los dos propósitos. Si bien es cierto que las secuencias anteriores estaban excelentemente rodadas con mucha elegancia y que llega a provocar sentimientos enfrentados al espectador, sin embargo, son secuencias que aparecen totalmente inconexas, como si fueran dos sketchs que el director ha puesto pero sin ningún hilo de continuidad. La película incluso será peor en la parte que corresponde a la historia del Norman adolescente, protagonizado por Henry Thomas, un actor que desde niño quedó encasillado como el niño de ET, parecido a lo que le pasó a Anthony Perkins con el personaje de Norman. Esta parte contiene algunas escenas que sólo genera sonrojo y vergüenza ajena en el pobre espectador que sólo desea que termine cuanto antes o apagar directamente la televisión. Seguramente que la intención de Mick Garris era generar provocación en el espectador. La película muestra una relación entre madre e hijo que a veces parece sugerir una cierta incestuosidad, asumiendo la explicación freudiana acerca de la formación de la personalidad de un individuo. Freud distinguí varias etapas en el desarrollo de un individuo y una de ellas era la que denominaba como complejo de Edipo: el niño mantiene un fuerte vínculo afectivo con su madre y concibe a su padre como una amenaza que pone en peligro esta originaria relación entre madre-hijo y por tanto, al que desea matar. Sin embargo, la madre mantiene una relación de dependencia con el hijo porque teme quedarse sola en la casa si Norman llegara a conocer a una mujer. Todo ello provoca que Norma eduque a su hijo Norman en el estricto pensamiento de que el sexo es malo y que debe mantenerse lo más lejos posible de las mujeres. Vemos cómo Norma obliga a su hijo vestirse de mujer o lo insulta de forma muy cruel, pues considera que desde que nació todo le ha ido más en la vida, además de no poder a tener hijos otra vez. Toda la situación irá a mal desde el momento en que la madre de Norman se enamore de un hombre, al que finalmente llevará a vivir a su casa. 
Norman Bates (Anthony Perkins).

Norman decide asesinar tanto a su madre como al novio de ésta poniendo veneno en el té helado, constituyendo también en una de las escenas que elevan un poco la calidad de la cinta. Ésta es la causa del trastorno de personalidad que padece Norman. Norman posee una personalidad escindida por una parte en la madre y por otra en la del hijo. Cuando la madre ejerce el dominio de su personalidad, provocará que Norman se vista con la ropa de la madre, se ponga peluca y hablar con la voz de ella, llegando incluso a entablar conversaciones, y asesinando a toda persona a la que Norman pudiera sentirse atraído. En la película podemos ver los primeros asesinatos perpetrados por Norman-Norma de dos mujeres que habían despertado cierta atracción en Norman. Norman cuenta en el programa de radio su temor a volver a perder el control y que su madre vuelva otra vez para apoderarse de su mente y matar a Connie. Así que él decide matarla antes de que suceda con sus propias manos. Y, lo que es peor, piensa que matando a Connie salvará al mundo del nacimiento de un niño que será un asesino porque cree que su enfermedad es hereditaria. Esta parte de la película es auténtico desastre y demuestra una total falta de ideas por parte de Stefano. El espectador de la cinta hemos de concluir entonces que Norman es científico y que futuro hijo heredará su locura. ¡Es un auténtico despropósito! Además, casualmente el doctor que está invitado en el programa se da cuenta que la persona que se hace llamar Ed en realidad es Norman Bates. ¡Qué coincidencia tan grande que el mismo psiquiatra de Norman esté en el programa y no cualquier otro! Entonces la presentadora hará lo posible para que Norman no vuelva a mancharse las manos de sangre. El guión de Stefano sigue acumulando despropósito tras despropósito. Como es el día de su cumpleaños Norman pide a Connie que vaya a su antigua casa para celebrarlo. ¿No se entiende cómo una psiquiatra a la que describen como sumamente brillante haya podido enamorarse de un psicópata tan peligroso como Norman, después de cometer atroces asesinatos y que después haya quedado embarazada de él? Para echar más leña al fuego, comenta Norman que ella se enamoró en primer lugar y que a él le costó más. Llegamos entonces al epílogo de la historia: Norman y Connie está en la vieja mansión. La película muestra como con una total falta del sentido del suspense coge un cuchillo para matar a Connie pero cuando va a actuar parece que se arrepiente. Este momento es aprovechado por Connie para huir. Momentos después Norman encuentra a Connie y cuando parece que va a matarla, Connie le dice que no es un monstruo y que le dé una oportunidad al hijo que va a nacer. Parece que ambos se reconcilian y salen de la casa. Entonces Norman le pide a Connie que le espere en el coche y que él tiene un asunto que resolver: quemar la vieja casa pues así piensa que sus demonios interiores cesarán. Otro despropósito. Cuando incendia la casa, la mente enferma de Norman tiene visiones de sus anteriores víctimas. Mick Garris con ello había pretendido sorprender al espectador y que pudiera comprender el tormento que sufre Norman. Pero no ocurre nada de ello. Se le va apareciendo las dos primeras víctimas de Norman, la madre y el novio de ésta. Pero no transmite ninguna heroicidad sino solamente lástima. Esta escena seguramente habría sido mucho más potente si en lugar de recurrir a apariciones de las víctimas de esta películas se hubiera traído de vuelta alguna de las víctimas de las películas anteriores, especialmente Marion Crane. Entonces sí que hubiera transmitido mucho más. Sin embargo, tal como quedó la película con este acabado visual propio de un telefilme barato, pienso que haber traído a alguno de estos personajes no habría sido lo recomendable. Norman se cae por la escalera y a duras penas consigue llegar arrastrándose al sótano de la casa donde, ¡vaya sorpresa!, encontramos con el cuerpo momificado de la madre de Norman. Tras este hondo peregrinaje Norman consigue salir de la casa. Ya en el amanecer, podemos ver a Norman y Connie abrazados y el primero diciendo que es libre. La película es totalmente fallida porque, tal como señalé más arriba, se mueve en el marco de la indefinición. La película termina de manera heroica mostrando a un Norman vencedor porque se ha reconciliado con su mujer y con la destrucción de la vieja casa sus demonios han muerto. Sin embargo, Mick Garris no sabe reflejar con imágenes lo que en las líneas de guión pretendía transmitir: un final de Norman apoteósico. Sin embargo, lo único que transmite es sonrojo y vergüenza ajena. Insistiendo otra vez en la falta de coherencia del guión de Joseph Stefano: ¿Norman merece un final feliz cuando en las película anteriores ha matado a gente inocente? Pero cuando parecía que ya nada podía empeorar la película porque había alcanzado el límite, pues efectivamente sucede lo imposible. La cámara de Mick Garris vuelve al sótano y podemos ver la mecedora de la madre de Norma moviéndose y pidiendo que la dejen salir. A continuación, se escucha el llanto de un niño que parece anunciar otra continuación en la que el hijo de Norman podría haber heredado su enfermedad. Otro despropósito. En definitiva, en la película Psicosis IV no funciona nada. Alfred Hitchcock señalaba que los tres elementos que confluyen en una gran película eran el guión, el guión y el guión. Podríamos pensar que la historia montada por Stefano era buena y que el responsable de este desaguisado fue Mick Garris que no supo traducir a nivel audiovisual el citado guión. En este caso se juntan los dos factores. En primer lugar un guión totalmente fallido que pone de manifiesto un desconocimiento total de Stefano del universo de Psicosis, curiosamente la misma persona que elaboró el guión de la Psicosis original. Y es que, a esto suma, en segundo lugar, una manifiesta y total ineficacia por parte de Mick Garris para rodar con un mínimo de cariño y de nervio. Mick Garris no puede salvarse de este desastre porque rueda una película monótona, con falta de emoción, sin transmitir nada al espectador. Todo es previsible, no hay nada en ella que quede grabado en la mente del espectador, salvo, por lo menos a mí personalmente me llamó la atención, aquéllas en la que el propio Anthony Perkins se introducía en alguna escena del pasado y era testigo de todo lo que pasaba. En la película todo parece falso, las interpretaciones, el argumento, los personajes forzados. Además, ninguno de los actores destacan especialmente, es más ninguno de ellos se cree en absoluto el papel. Quizás un poco Olivia Hussey interpretando a la madre de Norman, sin embargo, a pesar de su esfuerzo no logra llegar a buen puerto sencillamente porque su papel está muy mal escrito. Lo mismo sucede con Henry Thomas que hace una interpretación pésima, incluso durante muchas fases resulta parece una broma de mal gusto. Y lo peor de todo, ni el propio Anthony Perkins destaca en el papel de Norman Bates haciendo una interpretación con cierta desgana e indiferencia y ninguna convicción, a diferencia de las otras películas de la saga en la que se le veía especialmente involucrado. Quizás el motivo principal sería que durante la época del rodaje de Psicosis IV el comienzo a Anthony Perkins se le detectó el virus del VIH, y esto que seguro que limitó sobremanera su capacidad interpretativa. Además, seguro que a medida que iba desarrollándose el rodaje estoy convencido de que Perkins era plenamente consciente del horror que Mick Garris estaba perpetrando y que no había manera de arreglar semejante desaguisado. ¿A quién se le podría recomendar semejante película? En principio, todo seguidor de la saga debería echar un vistazo a esta película para conocer el pasado y el fin que se le da a Norman Bates. Pero es en la película todo tan lamentable y de tan baja calidad cinematográfica que sería mejor pensar que la saga se cerró en Psicosis III. La calidad artística de las películas que componen la saga de Psicosis ha ido lamentablemente en orden decreciente. Con esto no quiero decir que las dos primeras secuelas de Psicosis no merezcan la pena, sucede justo lo contrario, pues tanto Psicosis II y Psicosis III, son productos muy reivindicables y sobre todo muy divertidas. Las tres primeras películas comparten un mismo espíritu que se hace reconocible fácilmente que participan de un mismo universo cinematográfico. Cada película era distinta, pues el director en cada una de ellas cambiaba, el aspecto visual difería pero, en cualquier caso, quedaba muy cuidado y, lo que es más importante, para el espectador resultaba atractivo. De la original de Psicosis de Alfred Hitchcock poco podemos decir, una obra maestra del cine de suspense donde nada era lo que parecía. La segunda entrega, es una película dirigida por Richard Franklin que por supuesto no pretendía competir en cuanto calidad con la anterior sino que expandía su universo de manera correcta con un guión muy inteligente de Tom Holland. Además, la realización de Psicosis II coincide en una época como es la de los años 80 donde en el cine de terror se fue imponiendo el llamado slasher, es decir, la historia de los psicópatas que asesinaban a sus víctimas sin ningún tipo de pudor. Si bien es cierto que Psicosis II no es un slasher típico de la época, si que introducía ciertos elementos de ese tipo de cine, pero sin perder nunca la fidelidad con la primera de la saga. Psicosis III no fue capaz de encontrar un director competente para dirigirlo, así que fue el propio Anthony Perkins el que se encargó de dirigirlo. Fue objeto de múltiples críticas y de burlas, pero el paso del tiempo ha jugado en su favor y Psicosis III de ha convertido en un título de culto para los aficionados al género de terror, además de ser un testimonio muy loable del cine de los 80. La película está rodada con una gran elegancia con planos muy originales. Es una película con su propia personalidad pero que se reconocía deudora tanto de Psicosis como Psicosis II. La gran diferencia entre Psicosis III y la anterior es que carece de giros argumentales llamativos, aunque no por ello deja de ser un buena película, además de intensificar los elementos de cine slasher presente en la anterior entrega. En este sentido, Psicosis III es una película más cercana a Psicosis II que a Psicosis precisamente por ese carácter slasher, y en consecuencia, muy próxima a otras de la época como La noche de Halloween y Viernes 13. ¿Dónde poner Psicosis IV: el comienzo, dentro de la saga? Psicosis IV gracias a la idea de Joseph Stefano de desvincularlo por completo tanto de Psicosis II y Psicosis III no posee elementos que más allá del argumento y de los personajes tenga puntos en común que le haga partícipe del universo de Psicosis de que definió en las primeras tres entregas. Lo más llamativo es que esta Psicosis IV fue rodada sólo cuatro años antes que Psicosis III y no tienen nada en común con ella. Incluso la película Motel Bates de 1987 que fue el capítulo piloto de una serie de televisión cuyo tema central era el famoso Motel pero que fue cancelada por su baja audiencia es mucho más recomendable de Psicosis IV.

viernes, 7 de agosto de 2020

Fenomenología de Husserl: Principio de todos los principios, intencionalidad y neutralidad existencia del objeto intencional.

Edmund Husserl (1859-1938).
El principio básico sobre el que Husserl, fundador de la fenomenología, edifica su filosofía se denomina Principio de todos los principios. Husserl escribe:

     “No hay teoría concebible capaz de hacernos errar en punto al principio de todos los principios: que toda intuición en que se da algo originariamente es un fundamento de derecho del conocimiento; que todo lo que se nos brinda originariamente (por decirlo así, en su realidad corpórea) en la “intuición”, hay que tomarlo simplemente como se da, pero también sólo dentro de los límites en que se da”[1].

     Ninguna teoría podrá sacar su propia verdad, según Husserl, sino de los datos originarios dados a través de la intuición. Este comienzo absoluto constituye el fundamento primero sobre el que se desarrollará la fenomenología. Todo lo dado originariamente por vía intuitiva es verdadero y hay que aceptarlo dentro de los límites en los que se da, independientemente de lo perturbador o monstruoso que pudiera resultarnos. La donación fenomenológica permite que al aparecer de lo que nos aparece tenga una amplísima amplitud, eliminando todo intento de exclusión o discriminación. Uno de los motivos de ellos es precisamente la neutralidad existencial del objeto intencional, aspecto íntimamente relacionado con el llamado principio de todos los principios: el juzgar correcto que conoce intuitivamente no sólo se dirige a lo existente en el espacio y en el tiempo sino también a objetos que carecen de existencia. La desconexión fenomenológica que desarrolla Husserl no niega lo que se da sino que se atiene sólo al darse del fenómeno, más allá de su carácter existencial o no.

     Observamos que disciplinas importantísimas para el conocimiento humano como la geometría pura, que se ocupa de las figuras en tanto formaciones posibles del espacio puro, y la aritmética pura, que se ocupa de los números puros de la serie numérica, no constituyen cosa alguna ni hechos de la naturaleza. Frente a la Naturaleza y el mundo de lo fácticamente existente en el espacio y en el tiempo, hay mundos ideales, mundos inespaciales, intemporales o irreales de ideas que, sin embargo, son exactamente lo mismo que son los números en la serie numérica: sujetos de enunciados científicos tan válidos como las cosas de la Naturaleza. Por tanto, habría que diferenciar entre la actitud natural o empírica y la actitud no empírica o apriórica. En la primera se manifiestan objetivades existentes y en la segunda objetividades esenciales. Serán actitudes diferentes la percepción o el recuerdo del color de cualquier objeto que la comprensión de su idea, de su correspondiente especie como pura donación. Cada idea tiene siempre como tal la propiedad de que le corresponde un conjunto puro de individualidades respecto al cual no se ejecuta ninguna posición existencial. Así, las proposiciones procedentes de disciplinas tales como la aritmética o la geometría pura, que no contienen enunciados sobre lo real existente, tendrán legitimidad y validez tanto si se da lo existente como si no. Desde la perspectiva de la actitud natural empírica, tan atenta siempre a la existencia, no podemos llegar a conocer el pensamiento de la pura idea, el de la generalidad pura completamente incondicionada.

     Con la afirmación husserliana de la neutralidad existencial del objeto intencional, se libera a lo imaginario de ser menos que lo percibido por no encontrar cabida en la trama fáctica de lo real. Desde la perspectiva fenomenológica igual relevancia tendrá la fantasía, abierta tanto a lo posible como a lo imposible en la facticidad, que la percepción, que se ocuparía del mundo fáctico. Supongamos el caso de un centauro. Se trata de una representación en el sentido en que es una representación lo representado, pero no en aquél en que representación es el nombre de una vivencia psíquica o una mera imagen de nuestra imaginación. De suyo, el centauro no es una vivencia psíquica sino que, al igual que un bolígrafo o una mesa, es una entidad de tipo físico que no se confunde con la conciencia, ni es tampoco un ingrediente. Pero, mientras que una mesa es percibida, el centauro es imaginado. La conciencia siempre se abrirá a algo-otro-que-ella, por ejemplo el bolígrafo mismo y no a una imagen del bolígrafo ni a un presunto bolígrafo en sí. La cosa misma será el objeto tal como se da a la conciencia. Pero, no por darse a la conciencia es conciencia sino algo-otro-que-ella. De este modo se pone de manifiesto la intencionalidad propia de la conciencia que se definiría del siguiente modo: toda conciencia es conciencia de algo-que-no-es-ella. La conciencia tiene alteridad debido a la donación de la cosa misma en tanto fenómeno, no como una imagen o una presunta cosa en sí. Desde la perspectiva de la actitud natural el ejemplo de imaginarse un objeto ficcional, supongamos el caso de un gigante, parecería favorecer más el psicologismo que el ejemplo de ver un árbol. Parecería que la conciencia sale menos de sí imagina un gigante que en el caso de ver un árbol. Sin embargo hay que señalar que la conciencia sale de idéntico modo en ambos casos, porque el objeto intencional al que apunta nuestra conciencia es existencialmente neutro. Como hemos ido señalando, el gigante imaginado como tal no guarda ninguna relación con el acto de ser consciente de él. Lo que guarda relación con la conciencia es la imaginación que tengo del gigante, pero en ese acto de ser consciente se da una alteridad, algo-otro-que la conciencia que es el gigante. En el caso de ver un árbol, independientemente de que el árbol exista o no, éste aparecerá como tal en el acto de ser visto. Se da el árbol mismo, no un presunto árbol en sí. La fenomenología no diferencia entre el árbol que se da a la conciencia y el árbol en sí, aquél que estaría más allá del árbol que se da a la conciencia. Cuando se dan a una conciencia el árbol o el gigante ya son de suyo otro-de-la-conciencia. Resultará indiferente, por tanto, que el acto de conciencia sea interior, como el caso del imaginar, o exterior, como el caso del ver. En la medida en que tanto el imaginar como el ver sean actos de conciencia serán idénticos. Este acto de percibir o de imaginar constituiría un ingrediente de la conciencia, pero en la medida en que apunta al árbol y al gigante respectivamente no se confundirán con la conciencia. El objeto intencional siempre será otro-que-la-conciencia, de manera que en cuanto es otro posee un estatuto propio independiente a la conciencia. Desde la perspectiva de la actitud natural, de la que se encuentra presa toda corriente positivista, sería más objeto la mesa que vemos que el centauro que imaginamos pues considerarían que el objeto sería más verdadero y real en la medida en que sea existente. Para la fenomenología el hecho de que el objeto intencional exista no significará que éste será más objeto que aquél que no existe y que sólo es imaginado. Esta neutralidad existencial del objeto intencional abrirá de un modo decisivo el campo de la conciencia. A diferencia de Kant, podremos reflexionar filosófica no sólo sobre entes existentes sino a todo ámbito que se nos dé a la conciencia. El gigante no será representado de una manera diferente en nuestra conciencia que el caso de un caballo, salvo que el gigante no existe y el caballo sí. Respecto a la cualidad de ser objeto como tal, el gigante podría recorrer los campos, igual que el caballo. El gigante tiene una estatuto de ser en cuanto objeto que no puede ser reducido a la mera ficcionalidad en que se da en su acto de conciencia correspondiente. Su representación, imagen o ficcionalidad no afectaría a su contenido objetivo como tal. Será a través de este contenido objetivo cómo la conciencia pueda abrirse a algo que no es ella. El gigante no será un ente psíquico sino que es un ente físico que se da, en este caso, en un acto imaginativo de fantasía. Desde la perspectiva fenomenológica podemos afirmar que a la conciencia le resultaría indiferente ver el mundo que le rodea o cerrar los ojos e imaginarse mundos.

     Con la eliminación de cualquier posición, aunque sea indeterminada, de existencia podemos acceder más fácilmente a la comprensión del a priori, de la esencia en su pureza frente a la existencia.



[1] Husserl, E., Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía fenemenológica,  Fondo de cultura económica, México-Buenos Aires, 1949,  página 58.